martes, 29 de julio de 2008

Amor, transferencia y colectividad


El amor sirve también como argamasa dentro de una comunidad más o menos homogénea de personas con intereses afines.
En la multitud, yo puedo renunciar a hacer oír mi propia voz, para poder hablar al unísono, para compartir, entre todos, una misma voz, una misma actitud ante alguien o algo, un mismo ideal. (Un ejemplo común en nuestros días, es la sensación cuando estamos en un concierto y canta o toca un grupo conocido. El ejemplo es tibio, lo sé, hay otros mejores)
Si renuncio ocasionalmente a mi individualidad lo hago en pos de recibir el amor compartido entre muchos, de recibir la aquiescencia de cierto grupo o colectividad, para poder ser contada (dentro) como una más. Cedo, para obtener amor e identificación con algún grupo.
Pero a la vez, esta identificación colectiva, este “nosotros” creado y que nos une, se forma precisamente por su diferencia con aquéllos que quedan fuera del círculo, más sencillamente, “los otros”. Y hacia aquél círculo de “los otros” puede dirigirse entonces la agresividad, señaló Freud, que de lo contrario se volcaría hacia nosotros mismos. Y la lucha contra un enemigo común está ahí para reforzar más los lazos amorosos entre “nosotros”.
Entre ciertos grupos cercanos, esos que comparten mayor número de rasgos entre sí, es más feroz el estallido de la agresividad y la intolerancia. En eso consiste el concepto freudiano de “el narcisismo de las pequeñas diferencias.” (“…comunidades vecinas, y aún emparentadas, son precisamente las que más se combaten y desdeñan entre sí, como por ejemplo, españoles y portugueses, alemanes del Norte y del Sur, ingleses y escoceses, etc.”)
¿Y si añadiéramos, por ejemplo, a nuestras confraternales-cercanas-intolerantes-diferentes comunidades que formamos los cubanos entre nosotros mismos?
Quizás esta última anécdota ilumine un poco más el tema, si bien las cosas se dirimen a otro nivel: Uno de los consejos más graciosos y efectivos que he recibido en mi vida me lo dio mi propia hermana en la adolescencia, mientras yo atravesaba una de las clásicas discrepancias con un novio de la época. Me dijo tranquilamente: “Hablen mal de alguien…” ¡Mágico! Aquél exorcismo de nuestra guerra particular de amantes, hizo que encontráramos rápidamente a un pobre diablo en quien posar el mal. Y nosotros dos después, nos quisimos más. (Hasta que no pudimos de verdad soportarnos más juntos)


*Fotos de mi hermana L.

domingo, 27 de julio de 2008

Fronteras


Las fronteras siempre han sido un poco difíciles para mí. Recuerdo que el aeropuerto en La Habana era uno de mis grandes tormentos, unas veces lo visitaba con la ansiedad de ver a la persona que regresaba, otras con la tristeza de la separación temporal, otras tantas con la amarga resignación de quién sabe hasta cuándo nos volvamos a encontrar.
Y también el mar, que estaba ahí, golpeando el malecón cada día, y que era el horizonte desde mi ventana.
Quizás todas las separaciones remitan un poco a la muerte. Una de mis creencias infantiles, y que pienso que todavía se conserva, disfrazada más o menos de pincelada científica (¿acaso no es eso lo que casi siempre ocurre?) consistía en que yo no tenía certeza de que volvería a ver a quien se iba, porque esa persona moría o al menos su existencia quedaba suspendida en el tiempo hasta que reaparecía (inexplicablemente) otra vez. Aunque parezca raro, era mi manera de lidiar con el sentimiento de la tristeza, era mi pequeña explicación que me consolaba ante la separación inevitable y real. (Y también un atisbo de egoísmo: esa persona no continuaba una existencia alejada de mí)
Es un juego simbólico o una historia presentable ante el dolor de la ausencia, y funcionaba siempre como elaboración, y con la alegría secreta de una resucitación del querido. En plena frontera, era mi fantasía de defensa ante la otra frontera insondable y oscura de dolor por la pérdida.
He tenido unos días maravillosos de encuentros, nos hemos reunido mis hermanos y mi padre aquí en la ciudad, con una preciosa boda de fondo.
Ayer ha sido nuevamente un día de aeropuerto, y he vuelto a ser niña que despide, con fotos y deseos, con abrazos y sonrisas, y con pequeñas fantasías que me sostengan hasta la próxima vez.
A lo mejor también las fronteras siempre son las mismas.


*Foto: Una de las fronteras de México

martes, 22 de julio de 2008

Amor de Transferencia (II)


En la intimidad del consultorio del psicoanalista este aislamiento de dos, los secretos confesados por uno, la escucha atenta del otro, la creencia en el alivio, la invitación, en ocasiones, a recostarse en un diván… es, más que teatral, una situación que por sí misma revela el engaño del amor.
El descubrimiento de un sentimiento amoroso del paciente hacia el analista, que nacía casi al inicio de los tratamientos, fue una sorpresa para Freud. Este amor sucede sin que se haga mucho en ese sentido, pues (adiós ilusiones), poco importa la gracia o atractivo de la persona del analista, este es un amor incondicional, “que prescinde de todo”.
Cuando alguien acude a consulta porque quiere que se le desembarace de su malestar y recibe la relajante conminación: “Diga Ud. todo lo que le viene a la mente sin ejercer ninguna crítica sobre lo que dice”, se dan, con mayor o menor intensidad, ciertas consecuencias lógicas.
Primera suposición de saber: El analista sabe acerca de lo que me pasa; Segunda suposición de saber: Eso de lo que me quejo, mi síntoma, quiere decir algo, encierra un saber a descifrarse.
Esta condición (supuesta al analista) de “intérprete” del sentido inconsciente del malestar, está en los cimientos del surgimiento de un amor, de un enamoramiento, que fue llamado en la clínica “amor de transferencia”. En un giro del más puro estilo freudiano, se traduce en que el paciente transfiere a la persona del analista aquellos sentimientos que dirigía hacia sus padres y demás personas de su infancia.
Pero el amor, a la vez que lanza el trabajo en análisis, es también obstáculo… demasiadas ganas de agradar, demasiadas ganas de decir todo de la buena manera para ser amado, a su vez, por quien es objeto de amor…
Sólo la infatuación de un mal analista pudiera torcer el buen destino de este amor, y equivocarse al condescender a amar, en fatal reciprocidad, a su paciente…
Raro amor…
*Foto: El diván del consultorio de Freud

lunes, 21 de julio de 2008

Amor y transferencia (I)


Aún cuando hablar o intentar hacerle un cerco al amor en un solo concepto es un acto de imprudente soberbia, estoy convencida de que cada quien tiene su menuda manera de decir algo sobre él.
Como si el amor fuera una figurilla maleable que el cincel de miles de historias, poesías, canciones, encuentros, miradas, sufrimientos, esperas, besos y ternura, ha esculpido privadamente para cada uno de nosotros.

Y casi nunca es ni armonioso, ni apacible.

Amar a alguien pudiera tratarse, aparentemente, de esta sencillez: una falta o carencia del lado de quien ama (el amante) en comparación con el ser amado que, supuestamente (a veces sin saberlo) es portador de una valiosa joya que se desea o anhela, que él mismo es.
Lo que se ama en alguien, concierne íntimamente.


*Psiqué reanimada por el beso del Amor. Museo del Louvre

jueves, 17 de julio de 2008

El psicoanálisis y La mujer, que no existe


Este cuadro de la pintora Remedios Varo, de título Mujer saliendo del psicoanalista, hace muchos años que me acompaña. Primero fue un regalo obvio, luego pasó a ser agrandado y enmarcado para la sala de mi casa, y finalmente, está aquí, en mi consultorio en México, junto a libros e historiales clínicos.
A mi me gusta el ademán pausado de lanzar la figura del padre, de las caídas de las máscaras, la pequeña cesta que todavía conserva con hilos y reloj, el cabello que flota como pensamientos tan gris como el padre mismo… la circularidad de toda la escena…
Y el propio título puede aludir, no sólo al término de una sesión, sino también a la salida de todo el tratamiento del análisis, a un fin.
Para Freud quedó como un enigma el tema de la feminidad, es decir, confesó al final de su vida que no sabía lo que quiere una mujer. Después de esfuerzos denodados por una teorización acerca de la posición femenina, la salida del Edipo para la niña, el cambio de la zona erógena del clítoris a la vagina, el amor hacia el padre de quien la niña podría esperar (simbólicamente) un verdadero pene o un hijo (su equivalente), y habiendo llegado hasta el impasse final para la mujer en el fin de análisis (la envidia del pene)… de todos modos, Freud no pudo dilucidar la incógnita femenina.
En una de esas continuidades asombrosas entre ambas enseñanzas, Lacan, que vino más tarde, enfoca el asunto desde otra perspectiva, descolocando la cuestión misma, proponiendo que de lo que se trata es que las mujeres no podrían medirse con el mismo rasero fálico con el que se mide a los hombres.
Para la mujer, según Lacan, estaría, además del goce fálico, un goce diferente, un más allá inexplicable, que no es contable, que es “sin medida”, que no pertenece al mundo simbolizable, que no se compara al falo. Se diría, entonces, que la mujer es no-toda fálica, es “no-toda”. Aquí el concepto lacaniano concurrente y con el que pretendió explicar a la mujer fue sencillo: La mujer no existe, convirtiéndose ésta en una de las frases más célebres de todo su legado como psicoanalista.
La mujer no existe, quiere decir que no es posible agrupar a las mujeres en un universal (La Mujer) que las englobe a todas. Ellas son, “una por una”, sin armar un conjunto. Y todo fue más lejos, con otra frase parecida y lapidaria: La relación sexual no existe, sólo existen relaciones sexuales. Pero ya esto último, lo explicaré en otra ocasión.

Sí… pero hay algo que Freud nos adelantó con relación a las mujeres: el giro del Edipo en la pequeña niña: salir de amar a la madre (amor común para ambos sexos) e ir hacia el padre, hace que se mantenga para siempre la misma carga inconsciente de hostilidad y odio hacia su progenitora. También conserva, casi intacta, una demanda eterna de algo que nunca vendrá a redimirle…

Después, es sabido: “las malas relaciones con la madre las hereda el marido”.

lunes, 14 de julio de 2008

La voz


He vuelto a escuchar con emoción la voz de alguien que fue muy querido por mí. Más que emoción, me embargó un estrago total cuando sentí su voz, con toda la fuerza de su sonido, con todo el candor armonioso de su timbre masculino. Así, sólo escuchando lo más hueco de su decir, lo más vaciado de todo sentido en frases y palabras, su voz pura quedaba ahí, poderosa en sí misma, provocando, lacerando, iluminándolo todo.
La voz, no en su versión articulada o cantada, tiene un estatuto particular en psicoanálisis. Es la voz equiparada al objeto, según lo teorizó Lacan, tanto como las otras cuatro versiones del objeto en psicoanálisis: oral, anal, fálico y la mirada. (El objeto a, para decirlo bastante sencillamente, aunque advierto que desde Lacan es todo un desarrollo de conceptos en sí mismo, sería aquello que, siendo borde en el cuerpo o en lo real, puede representarlo en su versión de sentido articulado en lenguaje, y tiene que ver con el objeto de deseo del sujeto en su vida)
La voz, para que se comprenda en esta otra dimensión, habría que tomarla como áfona, sin sonoridad alguna, es decir, en su esencia de…silencio y vacío. Es, posiblemente, como la voz del pensamiento, como un concepto alejado de toda función comunicativa o de llamado al sentido.
Es necesario saber bien esta distinción, mayormente cuando nos ocupamos de los sujetos psicóticos, quienes refieren muy llanamente esta cualidad de la voz en los fenómenos alucinatorios auditivos. Allí aparece descarnada, sin necesidad de ser articulada y tiene una índole más severa, conminativa y devastadora para la persona que sufre. Los psicóticos demuestran (y lo padecen) que la voz es independiente del acceso que se tenga a ella por algún sentido de la percepción, porque no hay que escucharla articulada para saber que está ahí en toda su presencia.
Hay muchos modos de erigirle monumentos a este objeto voz en la cultura actual, y toda la industria de la música, de la grabación de las voces, su reproducción, son todas maneras que cultivamos, a partir de este objeto, para hacer un sonido comprensible, ordenado, descifrable acaso.
Tan así, que todas las palabras de este mundo, lo que hablamos, lo que cantamos, toda ésta realidad que nosotros nos explicamos a través del lenguaje, tratan de urdir un sentido sobre ese vacío esencial que no se entiende, que no se simboliza. La voz, según lo visto hasta aquí, sería una de las modalidades de esa hiancia, que habría que apresurarse a rellenar de sentido. Con las palabras, claro.
Pero hay cada voces…
*Fotos de mi hermana L.

sábado, 12 de julio de 2008

Depresión


¡Sola en casa!
La familia de vacaciones y yo, pues…aquí, trabajando… Quizás con un poco de tristeza esté yo en mejor disposición para tratar el tema de la depresión.
Pero no trataré aquí de la depresión en su acepción vulgar, con la que se llama a cualquier sentimiento impreciso, vago, que nos acongoja comúnmente ante la menor caída de ánimo. (Un día jugaremos más con el lenguaje, porque torciéndolo se encuentra placer, y un poco de oído de psicoanalista) (Por ahora, y para seguir desobedeciéndome: Uno dice depresión y acuden en tropel muchísimas cosas: entidades clínicas, sensaciones vagas de malestar existencial, descalabros económicos, severas melancolías patológicas, medicamentos antidepresivos, y si digo De-presión, ¡ah!)
Las sinuosidades anímicas, un día bien, otro mejor, otro malísimo, después regular, nos revelan lo más humano que nos define: que no somos, por suerte, artefactos diseñados con un funcionamiento feliz y constante. La vida está compuesta también de separaciones, de infortunios, y está por supuesto sujeta a pérdidas.
La tristeza asociada a los estados de duelo por haber perdido a una persona, un lugar, un objeto, ilustra en la vida que aquello que perdimos no es fácil de sustituir por otro, que este proceso lleva un tiempo (llamado elaboración del duelo); y posee la belleza contradictoria de que habrá que volver a simbolizar aquello que verdaderamente se perdió con lo ido.
Pero hoy en día la depresión está de moda, y casi parece una epidemia de la humanidad (esto va de la mano con el alza del consumo de fármacos antidepresivos, pero esa es otra historia). Así, la noción clínica saltó al uso desmedido de médicos y pacientes, dándole sentido, etiqueta y remedio a todo estado de tristeza, en sus diferentes gradaciones.
La depresión clínica circunscribe más un padecimiento profundamente doloroso con el cese de todo interés por el mundo, con una inhibición de toda la actividad de la persona, con ese retiro del amor hacia casi todo en general.
Muy severa, la Melancolía, (¡oh, no aquella canción!) fue aislada como entidad patológica por la psiquiatría desde fines del S.XIX. La melancolía es una grave patología de la tristeza, que añade también la extraordinaria disminución del amor propio, cierta “indignidad” que siente el paciente hacia sí mismo, junto a la necesidad de castigo. Conlleva, desgraciadamente, el mayor riesgo de suicidio.
La soledad puede inclinar un poco por sí misma hacia la tristeza. A mí, con sólo sentarme, comer sin nadie al lado, no hablarle a nadie, me es fácil deslizarme hasta allí. Se me ocurre que puedo, en cambio, tratar de hacer algo con ella.
*Fotos de mi hermana L.

martes, 8 de julio de 2008

La vida es sueño… y un poco de Edipo (I)


qué delito cometí
contra vosotros naciendo
aunque, si nací, ya entiendo
qué delito he cometido,
bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor,
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido

Son versos de La vida es sueño (1635), de Calderón de la Barca, su más conocido “auto sacramental”, de fuerte carácter filosófico. Es una obra que me sigue emocionando mucho, al leerla, al verla en escena…
Quiero concentrarme solamente en estos primeros parlamentos de Segismundo, su personaje principal. Nos enteramos que está encerrado en una torre, que sufre, que ha crecido alejado del calor humano, de toda explicación de sus verdaderos orígenes (es, sin saberlo, el heredero del trono, hijo del rey Basilio) y que ha sido privado de su libertad desde que nació.
El rey Basilio es un hombre que ha escuchado a su mujer, pues ésta “entre ideas y delirios” tuvo visiones de que engendraría a un monstruo que le daría muerte a ella al nacer de sus entrañas. La madre muere efectivamente al nacer Segismundo. Luego el rey consulta a los astros para dar su interpretación final y cruel: su hijo debería ser condenado al encierro, creyendo así evitar todos los males anunciados para su pueblo, si llegara a reinar “el monarca más impío, por quien su reino vendría a ser parcial y diviso”. Decide ser el tirano de su propio hijo, entonces, confiando en que éste vencerá con su libre albedrío a la fatalidad de tal predestinación.
¿No está ilustrada aquí también una historia edípica? En el centro de nuestras neurosis resuenan siempre los mismos acordes del Edipo, es decir, de su cristalización particular que tuvo en cada uno de nosotros. El mito del Edipo fue el cuentecito escogido por Freud para darle cuerpo a lo que estructuralmente sucedía en la combinación de la tríada fundamental: Padre- Madre-Niño, ya como una interpretación que se superpone a la castración.
Vistos en paralelo, Edipo y Segismundo, naciendo, parten desgraciadamente de una parecida interpretación oracular, un destino del que les será imposible escapar, y que conlleva la aniquilación (y posterior suplantación) del padre.
Un padre legisla y condena, a partir de una oscura interpretación de la palabra de una mujer y de la distribución de las estrellas. Un hijo carga con una culpa, con un delito (mayor, el haber nacido) y debe vencer un círculo de fatalidad, debe buscar su propia salida.
En La vida es sueño, toda la supuesta victoria del hombre (Segismundo) frente a su destino se juega en la ensoñación, en una irrealidad permisiva. Sólo creyendo en la escena onírica, en que “la vida es sueño”, le es permitido al hombre desafiar sus cadenas, aún cuando (¿la han leído hasta el final?)… Segismundo si bien vence sobre la profecía, a la misma vez la termina por cumplir, pues “las plantas de sus pies toman de alfombra las canas del rostro del Rey Basilio”, y el trono... La fatalidad: un padre sabe bien por qué debe condenar a su hijo.

Mucho tiempo después apareció otro Segismundo… ¿Freud?

lunes, 7 de julio de 2008

El lado masculino de la sexualidad


Parados en el borde de este abismo que es hoy el debate sobre la identidad de géneros, las difíciles fronteras entre los sexos, la sexualidad, en general, se me ocurre que el psicoanálisis señala un sesgo interesante al respecto, habiendo sido responsable directo de la promoción de este tema a primera plana.

¿No han oído decir que todo se debe hablar, que hablar alivia? Bueno, esta misma invitación ha regresado de un modo exigente e insaciable: es importante que se hable de sexo, que así se cura el problema. Como si en realidad hubiera posibilidad de cura “de la propia sexualidad”.
Pero lo interesante que dice el psicoanálisis al respecto, me parece, es que más allá de las determinaciones biológicas, de lo que se trata es de la implicación subjetiva del sexo. Vamos a ponernos lacanianos: Es lo que se llama la “asunción” de un sexo. Existen dos lados distintos en cuanto al deseo, diferentes estilos de amor, digamos, en fin, cada quien se posiciona a uno u otro lado con respecto a la herida común que es la castración.
Del lado hombre, él tiene el falo, esto define para él todo el campo del tener, de ser el portador, del acceso a la acumulación de objetos, etc... Del lado mujer, (ya nos encargaremos de ellas en otro post) ella es el falo, es decir, ella debe hacerse desear por el hombre, o lo que sigue esta misma línea de pensamiento: que el deseo de un hombre por ella le rinda homenaje a ella como falo, como tesoro precioso que ella toda es. ¿Siguen hasta aquí?
A lo largo del devenir de la humanidad, el hombre se ha confrontado con el sinuoso retrato de lo que es ser un hombre en cada época, todo aquello que se prescribe se cumpla para su masculinidad. (Sexualidad, paternidad, vida conyugal, etc.) Quizás era más fácil para ellos este camino cuando la autoridad de un padre fuerte y bien respetado definía que el noble camino de acceso a la sexualidad era tomando a la mujer como objeto de deseo y ya. Esta condición erótica funciona, siempre que la mujer este dispuesta a ser un sustituto del objeto con el cual el hombre compense su castración (diciéndolo todo rápido, y saltándonos varios seminarios introductorios)
Un tema que sólo esbozo aquí, pero es apasionante también en la sexualidad masculina, es la figura de Don Juan, quien no interrumpe nunca la búsqueda, mujer, tras mujer… para no tener que tomar a una sola y jugarse su virilidad únicamente con ella.
¿Qué sucede hoy? Muchos de estos semblantes o identificaciones prescritas se han vuelto frágiles, anacrónicos, y el hombre, un poco desamparado de nuevas representaciones, encuentra con dificultad sus propias soluciones. Ya la figura de un padre autoritario, de respeto, sin fallas, no se sostiene más en esta época de caídas de los ideales y de derrumbes de creencias en una ley intachable. A caídas de ideales, no se preocupen, sobreviene el diluvio de los objetos de consumo en la actualidad, en compensación. (Aquí el valor inapreciable de los gadgets o estos nuevos objetos tecnológicos que crean dependencias increíbles en los hombres de hoy.)
¿Una mujer o el próximo Ipod?
*Fotos de mi hermana L.

viernes, 4 de julio de 2008

Cuba y la anorexia


En Cuba casi no hay incidencia de la anorexia, siendo ésta, como las adicciones y la depresión, uno de los nuevos síntomas en la cultura contemporánea.
La reverberación de estos nuevos (o viejos) síntomas es solidaria de un discurso capitalista particular de nuestra época, que se sostiene en la hegemonía del mercado de consumo. Ahí deseas, pues ahí está el objeto que el avance de la ciencia pone ante ti, y muchísimos otros más, en profusión incontenible. Incluso, la sociedad le prodiga al hombre: ahí está el objeto que sabemos que es el que te va a satisfacer (ya de antemano se propone un modo de goce que termina siendo uniforme para todos). Es un Otro social que prodiga, que todo lo tiene, que no muestra carencias y, de tenerlas, promete al individuo que próximamente tendrán el producto que desea.
¿Qué ocurre en Cuba? No nos encontrábamos anoréxicas que fueran conducidas a consulta pidiendo ayuda para que volvieran a comer. El consumo… bueno, no. No es una sociedad de consumo al tren de sus contemporáneas. Más bien el Otro social se presenta con sus faltas ante el sujeto, con una escasez de recursos para asegurarle los objetos que colmarían deseos, necesidades… (Propone discursos, palabras, ideales, política… quizás pudiera estudiarse una tendencia de muchos a la “anorexia política” como consecuencia, pero esto lo estoy inventando ahora).
Por otro lado en Cuba no existe una propuesta publicitaria de cánones de belleza al son de la moda más internacional de un culto al cuerpo de las mujeres como espigado y muy delgado. Es débil la influencia mediática en cuanto a esta imagen del cuerpo, si lo vemos irradiado hacia toda la sociedad. En este sentido, y no menos importante, el ideal de belleza femenino más estereotipado, y deseado por los hombres cubanos, tiene más relación con un cuerpo de mujer con formas, moldeado con sus carnes…
¿Será Cuba en sí misma un país-síntoma en el universo de las sociedades contemporáneas?
Finalmente, es probable que encontremos más explicaciones a la baja frecuencia de la aparición de la anorexia en la sociedad cubana, porque no hay que soslayar que con respecto a los otros dos síntomas mencionados como propios del malestar actual, la depresión y las adicciones, Cuba sí es un país que impacta con su desbordamiento.
*Fotos de mi hermana L.

miércoles, 2 de julio de 2008

Comer nada


A mí el amor me quita el hambre. En esos momentos de apasionamiento decidido, me puedo quedar ante el plato de comida con la extrañeza de: qué raro es esto, ¿hay que comer de nuevo? Conozco a personas que les sucede lo contrario, entran en estados de ansiedad y se ponen a comer sin descanso ni sosiego.
Es frecuente que en nuestras vidas pasemos por periodos de vaivenes del apetito. (Y de otras muchas cosas más… ¡que las veleidades siempre animan!)
En cambio, la anorexia como trastorno es un asunto sumamente delicado, serio...letal. Con la anorexia aparece descarnadamente la pulsión de muerte, con un cercano riesgo de la muerte real de la persona.
La alteración de cómo percibe la anoréxica su propia imagen corporal es un elemento que alumbra su diagnóstico, pues nunca se ven a sí mismas lo suficientemente delgadas.
A pesar de que este tipo de síntomas se ha descrito desde la antigüedad (muchas veces enredados con santas religiosas y con otras connotaciones místicas) ahora reaparecen, se multiplican, se “tratan”, se acallan y, con gran pena, hasta se inducen.
Pero las causas de semejante trastorno no se agotan todas en el empuje de la sociedad actual a tener un cuerpo ideal, delgado y fino, ni con la publicidad feroz en este sentido, que exige hasta los huesos (nunca mejor dicho).
El problema de alimentación aquí, queda trascendido por una problemática del deseo que agobia al sujeto anoréxico. No comer ha sido su estrategia particular de rechazo al atiborramiento de objetos que tratan a toda costa de anularla como deseante. Sería como si ella le dijera al Otro (generalmente a la madre) que a pesar de los intentos de llenar a su hija con objetos (comidas) hay algo que ella pide, que desea. Y que respeten su derecho a desear algo, sin apresurarse a obturarle la carencia. (Quien te llena de cosas no te da cariño)
En la anorexia, decía Lacan, no se trata de no comer nada, sino de comer nada, donde “nada” es un “algo” que sólo existe en el plano de lo simbólico. Es ese “nada” con el que esgrime (aún casi sin fuerzas) un respeto por su deseo, por su ser de deseo.

La anorexia hace que la nada, alimente. Pero en otro sentido.

martes, 1 de julio de 2008

Comida


Dice mi padre que uno de los lugares donde mejor se come la comida cubana es en Miami. En esa ciudad sobrevivían platos que yo desconocía por completo, habiendo sido niña en la era sovietoide en Cuba. Eran sabores que formaban parte del patrimonio culinario de mi país, y portaban también las combinaciones que estallan, las historias de pobreza y casualidad, los brillos de la grasa, el tiempo que se tomaban las mujeres para cocinar, los potajes calientes, el demasiado dulce, el bacalao salado… Nunca he estado en Miami, un lugar paradigmático de exilio cubano.
Que se conserve la cocina cubana fuera de Cuba, pienso que se debe tanto a la natural fuerza de las rutinas diarias de los que emigran, a sus preferencias y su “saber-hacer”, como a una deliberada intención de no olvidarla, de no sustituirla.
Muchos ingredientes se amalgaman aquí, el apego a lo conocido se amasa con la remembranza de una infancia familiar, se saltea en voluntad política y se fríe hasta dorar en el placer de compartir entre algunos las mismas costumbres. Se sirve con orgullo, y caliente.

En Cuba hice una tesis de grado (el pasado académico obligatorio) que era un pedacito de una investigación (más grande y que me trascendía) acerca de la identidad del cubano. Todavía hoy, en cuanto a qué es ser cubano, sigo sin sentencias absolutas, por suerte.

Ah, México es otra cosa. Me da placer la irrupción del olor de las tortillas de maíz, el sabor ardiente del picante, un inexplicable guacamole, entre otros… pero ya esto es parte de mi comunión sincera con el nuevo país que me acoge. Y cada quien sentirá así de algún modo sus tironeos hacia dentro, hacia fuera…

Después de diferentes recorridos (del saber, de las vivencias, del paladar) con respecto a qué se considera cubano, quiénes lo son, qué cambia y qué es inmanente, yo al final me quedo siempre ahí, comida por la duda.
¿Comida-por-la-duda?
*Foto: El Hotel Cohiba desde las ruinas del Hotel Terry. La Habana (Fotos de mi hermana L.)