miércoles, 20 de agosto de 2008

El amor cortés (IV)


Durante los siglos XI, XII y XIII, aproximadamente, en el sur de Francia y en gran parte de Europa, se impuso toda una lírica trovadoresca alrededor de la temática del amor, del ensalzamiento de la Dama, y en esencia, el canto refinado a la queja por el amor insatisfecho o no correspondido. Este cantar, denominado como “l’amour courtois” o amor cortés, se convierte en una ética de una posible relación amorosa entre el poeta- cantor y la mujer-Dama inalcanzable.
El amor cortés (pertenecía a lo elevado, a palacio, a la corte, en llana distinción con la villa y lo pueblerino) constituyó un estilo, literario y musical, pautado con reglas muy precisas y rigurosas, que en ocasiones sólo los entendidos atrapaban el sentido del mensaje de amor.
A la Dama, mujer sublime y añorada, bella y distante, se le conferían toda suerte de virtudes y toda suerte de crueldades al no corresponder a tan refinada solicitud de amor. El amor aquí era visto en sus más absolutas vertientes de abstención, de la inaccesibilidad del objeto-Dama, del dulce y enaltecedor sufrimiento por la imposibilidad para alcanzarla (Sólo la Dama será mi dueña y yo su humilde vasallo; qué agradable cilicio este amor que me hiere y que Ella, mi Ideal, rechaza).
Esta lírica del amor, que habla de la ascensión hasta lo divino del objeto mujer (¡qué increíble coincidencia que surgiera justamente en la época en que las mujeres eran consideradas entre los bienes patrimoniales del hombre, entre sus objetos!) se opone, en sí mismo, al éxito de ser reciprocado, a la posesión de la Dama. Es, esencialmente, el canto al obstáculo, a la imposibilidad de la consumación del amor.
Más que a una mujer, a un ser tangible, los poetas se dirigían a un ser dibujado con palabras, a una figura lejana, vaciada de humanidad. El objeto deseado aquí, pero interdicto (la Dama en este caso) era “elevado a la dignidad de la Cosa”, según la expresión de Lacan. La Cosa (das Ding, lo innombrable, el horror, el vacío) en el amor cortés tiene un nombre, la Dama.
Esta es una estrategia paradigmática de sublimación, tal y como vemos que ocurre la sublimación en el arte: un objeto cualquiera, ordinario se pone al servicio de la pulsión sexual, que de todos modos así logra satisfacerse, pero esta vez con la aceptación de la sociedad. Y en este recorrido pulsional, en el amor cortés, la misma inaccesibilidad logra apresar un goce como prohibido, cercarlo, poner una barrera sublime a la consumación natural del acto de amor. Es convertir, a través de su elevación, lo que es imposible (Das Ding) en lo prohibido y al fin, nombrado.
Las evocaciones en nuestros días de esta singular y poética servidumbre del artista a la bella Dama, revelan que sobrevive, aunque tenue, el aliento del amor cortés en algunos de los fantasmas más universales de amor. Pienso que persiste, en el arte, con intensidad… Y que subsiste también, qué temor al admitirlo, en el secreto deleite cuando somos, como aquella preciosa Dama, alguna vez en nuestras vidas cortejadas.





*En terminología latina, la relación amorosa, se establece en grados:
Visus: La comtemplación del enamorado que lo lleva a enamorarse y que aún no se ha atrevido a confesárselo a la Dama.
Colloquium: La conversación en la que el amante declara su amor, pero aún no es correspondido.
Contactus: Desde que la Dama presenta el “buen rostro” -puede haber entregado una prenda-, hasta la aceptación, las caricias y los besos.
Factum: La unión sexual entre el amante y la Dama. Aunque el sentimiento amoroso se realizaría esencialmente en el plano espiritual. (Tomado de C.B)

lunes, 11 de agosto de 2008

Minicuentos (I)


Me gustan los minicuentos que escribe mi hermana L. Ella puede sintetizar mucho mejor, lo mismo que a mi me tomaría párrafos explicar, para ella se convierte en un minicuento. Aquí tres ejemplos:


Anagrama fonético
La espera se parece a la pereza.

Lo imposible
La Soledad se acomodó sobre las ruinas de la muralla y cruzó sugestivamente la pierna izquierda. A lo lejos, ondulante contra el ardiente sol de la tarde, se acercaba un caminante…
…que nunca llegó.

El quid de la cosa
La frustración dijo:
- Yo levanté una muralla gigantesca para separarte de tu deseo.
La decepción dijo:
- Yo le quité su brillo cuando creíste alcanzarlo.
El desengaño dijo:
- Yo te hice ver la falacia de encontrarlo.
Y la insatisfacción dijo:
- Yo lo mantuve vivo.




*Foto, también, de mi hermana L.

martes, 5 de agosto de 2008

La seducción


Primero, la creencia en la escena de la seducción. La pequeña había sido seducida por un adulto cariñoso, y sólo una segunda escena similar habría resignificado a la primera como trauma sexual.
No se sostiene. No todas las niñas podrían haber sido seducidas, al menos, no lo suficiente para universalizarlo. Ni existen tantos adultos inclinados a su estatura.
Ella mentía. Mentía, la pobre, a pesar de todo, y siendo lo más sincera posible en su estructura.
Hay que agradecer la decepción de Freud: “Ya no creo más en mi neurótica”, porque justo con el abandono de la teoría de la seducción original se revela que en el psicoanálisis no se trata de un privilegio del principio de realidad, sino de aquél reino de la verdad ficcional de cada uno. El reino de ese modo en que cada quien se defendió de una representación abominable, de presunto contenido sexual, dándose así origen al inconsciente.
Entonces, todo fue una fantasía. Ella imaginó y recreó haber sido seducida cuando niña, y así lentamente se deslizó todo como una realidad convincente, explicativa de todo lo que le estaba pasando con su cuerpo y sus pulsiones. (Un cuento encima del agujero que no se comprende: ah, fui seducida, el otro me desea. Como el Edipo. )
Permanecen las fantasías coaguladas en el tiempo, y van a escenificar una y otra vez la relación que ella establece con su objeto de deseo. Una y otra vez.
La seductora por excelencia, la histérica, huye continuamente cuando es convocada, con tal de salvaguardar la insatisfacción del deseo.
Algo así también pudiera codificar la pantomima histérica: Tú no me hubieras seducido si antes yo no te hubiera, realmente, encontrado.




*Fotos de mi hermana L.

domingo, 3 de agosto de 2008

Encuentro en la otra orilla


Estoy en Cancún. En el súper, haciendo las compras. Detrás de mí en la cola de la Panadería se para un muchacho y me mira con insistencia, con una de esas miradas de abajo hacia arriba, y no al revés. Me aborda y me pregunta cualquier cosa sin importancia. Yo noto que él estaba algo sucio, en shorts y camiseta, muy bronceado… Pero que abría los ojos cuando me oye hablar. Y con confianza indiscutible sonríe y: “¿De qué parte de Cuba tú eres?” Le digo que de La Habana, y me dice: “Yo soy de Pinar del Río, y…acabo de llegar….”
Ahí entendí, es una de las situaciones más connotadas en las noticias locales, el arribo de cubanos en lanchas, por mar, que se internan en México… Había algo que me dolía en todo esto, y de repente, ese muchacho apenado bajó la voz y me dijo que tenía mucha hambre… Y supe que ni yo quería oír ni él quería hacer la historia de su reciente aventura, pero que toda su imagen, su bronceado distinto al de los miles de turistas que nos rodeaban, su mirada diferente a la de los clásicos indigentes de los semáforos, la vivacidad de su ánimo al estar pasándola mal ahora pero a la vez de qué buen éxito he tenido al llegar… todo ese conjunto me tocaba bien de cerca y me disponía para tener que hacer algo.
Le dije que escogiera lo que más quisiera ahora mismo, que yo se lo pagaría. Me miró resignado. (¿Qué tienen los hombres cubanos que les incomoda tanto que una mujer les pague?) Todavía balbuceó un cuando nos veamos de nuevo yo te invitaré entonces, fue hasta donde llegó antes de que le alcanzara otra vez la insistencia del hambre.
Fuimos a pagar, no sabía terminar de agradecerme, quería seguir hablando, algunas incoherencias acerca del olor de los dulces, de qué yo hacía, cuánto tiempo iba a estar en Cancún… Le di la mano, estaba áspera. Y seguí mi camino, sin ningún otro remedio para esta situación.



*Foto en la playa de Cancún

viernes, 1 de agosto de 2008

Juego con niños


Los adultos hablan. Los niños dibujan y juegan. Es lo que se encuentra por lo general en el trabajo clínico en el consultorio. Con los niños ocurre una particularidad, que consiste en que casi siempre son “traídos” por los padres, la escuela o por alguna institución determinada (ya sea otras especialidades médicas, una indicación del sistema judicial, etc.)
El hecho de que los niños no acudan a consulta por voluntad propia, se corresponde con la constatación de que en su mayoría son sujetos que no sufren tanto su síntoma (aún cuando existen casos de verdaderos y crueles padecimientos) sino que ellos, con su síntoma, hacen sufrir a los demás, les demuestran, en fin, que ellos encarnan al niño que no está a tono con lo esperado de él, que no cumple con las expectativas ideales y prescritas para él por padres y maestros… que es molesto, sobre todo.
Y vienen, no creyendo mucho ni en la incomodidad que causan, ni en este analista que les sonríe, se sientan y acceden a balbucear retazos de respuestas, a dibujar y a descubrir todos los juguetes que hay en este lugar “inusual”.
Toda la labor desplegada por el niño en consulta tiene el mismo valor de asociación libre que el discurso en el adulto. El juego del pequeño sigue pautas no azarosas, sino interpretativas de aquello que no acaba de comprender todavía. Es común ver a los niños recrearse en un juego que repite sin cesar la escena traumática, o aparece un verdugo cruel con una víctima indefensa o menor, o vemos que vuelven con juguetes al mismo punto de colisión nefasta una y otra vez. La creatividad alrededor de lo abrupto es verdaderamente infinita.
Con el niño también indagamos sobre lo jugado o dibujado, pues que lo verbalice es una vía tan preciosa como cuando a un adulto le pedimos que hable sobre el sueño que viene a contarnos. Y ahí, poder interpretar, anudar nuevos sentidos, sostener algo de su propio deseo, quizás un poco ahogado por el de sus padres…
No comparto la idea de que sea más fácil el psicoanálisis con niños que con el adulto. El niño es, asimismo, un sujeto, es alguien que utiliza la palabra (en su connotación más simbólica, por ejemplo, el juego visto como toda una parrafada), y que puede establecer lazos transferenciales en análisis y elaborar nuevas soluciones.
Con ellos se juega en consulta… atentamente.




*Dibujo de un niño, 4 años