viernes, 26 de septiembre de 2008

Una particularidad… del psicoanálisis en Cuba


Para mi resulta un poco complicado tener que vérmelas con alguna condición de excepción. Sé que es algo que se aprende viviendo en Cuba, donde por lo general a la gente no les sucede más o menos lo mismo que en otras partes del mundo. En su cotidianeidad, me refiero. Algunos cubanos, incluso, gozan muchísimo esta experiencia de mostrar la singularidad de vivir siendo un poco diferentes, de resolver por vías insospechadas su vida personal, o simplemente encuentran alivio cuando se quejan ante el foráneo.
Y más allá de sus fronteras, al parecer Cuba es un pequeño islote de irrealidad sumamente atractiva para el mundo. Es un país que arrastra el sello de una particularidad, que no termina aún por saciar del todo la curiosidad de los demás…
Recientemente impartí una conferencia en la ciudad de México acerca de “la particularidad del discurso del psicoanálisis en la época contemporánea”. Al final, hubo preguntas de los asistentes. Entre las interesantes preguntas afines al tema que se exponía, me asombró que también me preguntaran (toda vez que conocían mi origen) que cómo era posible que tuviera existencia el psicoanálisis (lacaniano) en Cuba, una sociedad tan cerrada. Escuché esto como si viniera de alguien que se asoma a lo inconcebible.
No es la primera vez que tropiezo con esta curiosidad, incluso años atrás, me complacía mucho devolver una respuesta en la que, con fingida ingenuidad, demostraba que en el cubano se manifiesta el inconsciente, tiene fallidos, síntomas, líos con el poder y con su pareja, como cualquier neurótico del mundo.
Pero volviéndonos más serios… es cierto que cada cultura brinda la trama para que el sujeto vaya anudando sus síntomas, su Edipo, su precisa relación con los objetos, etc. Y el Otro social determina ciertas posibilidades de identificación al sujeto, así como otras tantas prohibiciones de la cultura cimentarán la represión de la satisfacción pulsional de cada cual en el medio social. Un discurso hermético y unificador repercutirá sobre el sujeto necesariamente…
Pudiera conjeturar infinitamente acerca de esta relación individuo-sociedad en Cuba, consultar estudios, aplicar teorías, etc. A mi me corresponde con mayor propiedad, y autenticidad, hablar sencillamente de lo que yo constataba en mi práctica clínica diaria. Recibía pacientes, muy variados síntomas, las madres venían con sus hijos que tenían algún molesto y extraño comportamiento, un hombre quería y no podía… Venían con la queja, venían buscándole sentido y calma a su sufrimiento…
Igual que aquí, en México…


*El cuarto de los Coloquios que celebramos en Cuba

viernes, 19 de septiembre de 2008

Un padre blando (I)


Él recibe la noticia. No tiene ni idea de qué vendrá después, sólo escucha que esta mujer le dice: Serás padre. Y se entera así que llegará un día en que tendrá que ser algo más que lo que hasta ahora ha sido, tendrá que ser, si antes no se va corriendo, un padre.
Es una posición que no es tan apacible en muchos casos. Hay que lidiar, ante todo, con asumir lo que se espera de un padre: que cumpla, que disponga, que garantice, que atempere excesos, que prohíba algunas cosas…
El concepto de “un padre” en psicoanálisis va más allá de la definición que la biología implica, es decir, se trata de una función, de la función paterna. Al decir que es una función se declara que no es patrimonio de nadie en particular, sino que se encarna en determinados sujetos e ideales que la portan, para alguien en específico.
Un “padre” existe incluso, como función, aún en aquéllos casos en los que el verdadero padre está ausente totalmente, o bien si se presenta bajo otras combinaciones actuales en esa ecuación no tradicional que ha devenido la familia actual (monoparental, homosexual, recompuesta, etc)
Y también un padre, según Lacan, es aquello que viene a darle un sentido al deseo que tiene la madre (este deseo de otra cosa que no se satisface completamente con el niño, este deseo indescifrable, inexplicable, caprichoso) y que está representado como una incógnita para el niño. Es un alivio cuando el niño puede encontrarle significación y cauce a esta incógnita. De esta manera, y a partir de entonces, se marca para el pequeño el camino por el cual la Ley (del padre, aquello en lo que la mujer-madre está interesada) puede articular que este sujeto a su vez inscriba su propio deseo…
Pero el padre de hoy, en la sociedad de nuestros días no es por lo general aquel padre antiguo, sabio y garante que portaba la ley, y enarbolaba el ideal de cumplimiento de una paternidad victoriana y recia… Ahora, en su declive, tiene más que ver con el suave amigo, con el compañero, el cómplice que comprende y acompaña al niño en los avatares de la vida, el que enseña sin imposición.
Y si ya el padre de las grandes prohibiciones, el de la ley intachable ya no se ve más en estos pobres tipos que visten al hijo cada mañana y le dan consejos, ¿dónde se encarna la función del padre autoritario? ¿Acaso en las instituciones de la justicia, en el saber científico- incuestionable, en las instancias sociales de una democracia acéfala?
El martes próximo daré una conferencia en la Alianza, sobre la particularidad de la clínica psicoanalítica (si se animan, si se interesan, si se encuentran en la ciudad, están invitados). Mi propio padre me anuncia que asistirá, y descubro que su presencia allí me inquieta más que la de todos los desconocidos que acudirán.
Por último, nunca dejan de asombrarme ciertas frases de los mexicanos, por ejemplo, aquí lo que está muy bueno y deseable es algo que está “padre”, que está “padrísimo”. Y siempre que lo oigo me resuena su reverso, tal como lo decimos en Cuba para indicar todo lo contrario: “Eso está de madre”…

viernes, 5 de septiembre de 2008

¿Por qué alguien iría a ver a un psicoanalista?


Llega confundido, no sabe si es aquí el mejor lugar para solucionar su sufrimiento. La iglesia hubiera sido más sencillo, al menos conoce su alcance desde niño. En cambio, un psicoanalista, lo que es seguro, es que le hará hablar durante sesiones, posiblemente en algunas llegará a hacerle llorar, y encima, habrá que pagarle.
El psicoanálisis es toda una aventura, es quizás la experiencia que promete dar finalmente con algo que está en la causa, con el mecanismo que hace funcionar el andamiaje de síntomas y padecimientos.
Viene alguien, pidiendo consuelo, comprensión, un sentido para todo esto que le aqueja y que, por lo general, en estos momentos, le está sobrepasando. Como si de pronto todo lo que hasta ahora había sido él, bien conocido y entendido por sí mismo, estuviera fuera de su control. No duerme, no come bien, no puede acceder a una pareja, no se concentra, tiene angustia, responde exageradamente ante una situación banal, está deprimido…
¿Por qué acudir a un psicoanalista, entonces? La distancia entre la práctica propiamente analítica y la psicoterapia, reside justamente en que el analista rehúsa dar más sentido o atiborrar con palabras el padecimiento del sujeto. En el dispositivo analítico se inclina la acción (más bien el ser entero del analista) hacia la movilización del deseo del paciente y la búsqueda de las causas del malestar, precisamente porque se evita redondearle el sufrimiento al paciente con la consolación y la supuesta “buena respuesta” que conocería de antemano el gran amo que se consulta.
El psicoanalista no sabe a priori, nada. O, digamos que sabe que hay un saber oculto e inconsciente que está en la causa de los síntomas, y hacia allí invita al paciente a buscar la salida. Es como si cordialmente le conminara: No importa lo que Ud. diga, hable sin restricciones o juicio, que eso nos conducirá a tocar lo real de fondo de su ser, y que le hace fabricar síntomas.
En el dispositivo analítico, la maniobra del analista (propiamente la interpretación) consiste en partir de lo simbólico o la palabra, asegurando llegar a modificar algo de la fórmula más arcaica del individuo, a saber, cómo solucionó en su propia y original constitución como sujeto, el horror de enfrentarse a la imposibilidad de la completud, es decir, al horror de la castración.
Un pequeño desfallecimiento del deseo, un enfrentamiento con su propia condición de no ser nada ante el otro, una pérdida, pueden haber precipitado un malestar insostenible en quien ha llegado hasta la consulta del psicoanalista.
La ética del psicoanálisis consiste entonces en no anular la singularidad de este sujeto con una buena solución preconcebida que sirviera para todos, sino por el contrario, se aboca a rescatar (sin soltar) el hilo particular que guía el curso de la subjetividad de este hombre. Y para que eso (ello) se abra a nuevas vías pero esta vez no sintomáticas…