viernes, 30 de enero de 2009

Sólo por unos instantes


El ingenio, eso también llamado la agudeza de espíritu, podría resultar altamente adictivo. Uno creyó entreverlo alguna vez, arrinconado entre las frases de un escrito, y seguirá deseando encontrárselo siempre.
Se le pide entonces suplicando al autor que cada vez escriba con más rasgos de ingenio, que nos invite más veces y durante más tiempo a esa zona poco evidente, casi imperceptible, donde relampaguea, tan sólo por unos instantes, otra cosa, otra idea.
Pienso que, exceptuando a esos seres realmente bendecidos con el don, el destello del ingenio ilumina esporádicamente los escritos rutinarios. Es una tranquilidad saberlo, aunque sea bien falso creérselo. Queremos más dosis.
Es muy placentero descubrir por uno mismo que otro sentido se ha quedado parpadeando durante un segundo detrás de la última sílaba leída. El escritor nos conmina entonces a avanzar hacia otro radio de luz, casi oculto, un más allá, destinado sólo para algunos…
Se me ocurre, como ejemplo sublime, muchas de las obras de la literatura del siglo de oro español, particularmente las de F. de Quevedo, como su “Buscón”. Es una lectura que ennoblece, llena de juegos de palabras y sentidos. Tal vez esta frase del pícaro no sea del todo paradigmática, pero se aviene: “…salió de la cárcel con tanta honra, que le acompañaron doscientos cardenales, (pero) que a ninguno llamaban «señoría».”
Ya es sabido que el ingenio es mucho más admirable cuando nos mueve a reír, de por sí siendo la risa, como es, una gran vía liberadora de nuestras tensiones mundanas.
Pero este tipo de agudezas chistosas también puede aparecer inesperadamente en un relato serio. Estamos leyendo un contenido bastante formal, que quizás estaba apelando ya en nosotros a cierta gravedad, exigiéndonos solemnidad... y he ahí que nos sorprende algo “boulversante”, una idea ingeniosa que nos hace sonreír, graciosa y profunda en su sencillez.
Ha sido un pequeño resbalón con el que el autor se ha asomado en su propio escrito, un desliz muy refinado que implica un cambio del registro de lo serio hacia la fecundidad del ingenio chistoso.
Creo que, el regocijo, y la “adicción” posterior, no vienen sólo por el hecho de que uno, ah, lector tranquilo, se haya podido superar a sí mismo con la conquista inteligente de esta idea que el autor nos prodigaba como velada.
También este rasgo de humor de tal autor nos ha procurado momentáneamente una intimidad exquisita…


*No sé por qué el título mismo de este post me parece una súplica. Pero, si lo pienso otra vez, también me recuerda a alguien que consiente a desgano y exige que el otro sea breve. Y si le quito el acento… lo dejo a él un rato sin mi compañía.

*La imagen es divertida, es una ilusión óptica. Hay que quedarse un rato mirándola para ver surgir el rostro de…

martes, 27 de enero de 2009

La identidad, y una pequeña confesión…


Es una de las pasiones del neurótico: la duda y la angustia con respecto a su propia identidad. ¿Quién soy yo ante el otro? ¿Cómo responder certeramente cuando indagan sobre mí? ¿Qué relleno me apuro en escribir ante esa casilla vacía?
Toda interrogante sobre la identidad, pensándolo detenidamente, nos coloca por unos pocos instantes ante ese abismo.
Si tomamos la identidad, aunque suene tautológico su concepto, como la cualidad de lo idéntico, no nos sorprende entonces la sufrida tragedia que acompaña al sujeto: su dificultad para conciliar, o emparejar, su propia imagen con su mundo social.
Lo interesante es que la identidad vino primero de afuera, pues la identificación primigenia es con otro, cuando el pequeño niño tomó para sí la imagen del otro, apropiándosela.
Y principalmente vino del Otro, bajo la forma de las primeras palabras dichas sobre ese niño, los significantes que le moldearon desde antes incluso que naciera, el discurso de sus padres, sus expectativas acerca de él. Su nombre.
Aunque los desfallecimientos con respecto a su propia identidad sean una de las razones por las que empezar un recorrido de análisis personal, el sujeto confrontará la siguiente ironía: No sólo que en él se desvanecerá este viejo afán de reconciliar su propia imagen con la sociedad, sino que desde muy temprano este sujeto se verá bien perdido entre las brumas de una pregunta que se hará cada vez más intensa, ¿Quién soy yo? ¿Quién?
Confieso que llevar un blog con un seudónimo no es muy auténtico que digamos. Es de una falsedad enjuiciable, pues ¿quién es esta que firma sus escritos, que responde a otros, que se arma nueva vida y nuevo nombre?
Si puedo subsanar un poco mi acto criminal de esconder mi identidad, alego que lo hice en un principio porque recibo pacientes actualmente, y no quería que a través de mi nombre se asomaran a mi mundo más personal (ah, ¿y tal era la idea de este blog?) Todo eso, claro está, es cuestionable.
Pero, ¿acaso no hemos sido siempre otro?

domingo, 25 de enero de 2009

El nudo de la ley y el deseo


Lo vemos a nuestro alrededor, mientras más una persona es buena y santa, más se ensaña contra ella la exigencia de un comportamiento impecable, y más encarnizado es el juicio que cae sobre ella para verificar si sus reacciones corresponden o no a la moralidad más rígida.
No me refiero sólo a la evaluación que de ella hagan los demás, sino al prurito de santidad propio de esta persona, al cilicio con el que se hinca a sí misma para alcanzar un ideal de perfección.
Quiero aplicarme, rendirme a él, y escribir un poco acerca del superyó, al que se le ha querido también endulzar llamándole “la voz de la conciencia”. Y este es otro de los conceptos freudianos asociados a la pulsión de muerte, pues es en sí misma la instancia que dirige contra el Yo la misma agresividad que el Yo habría satisfecho en otros individuos.
Y el superyó nos servirá de guía en este difícil acertijo que me inquieta: ¿es el deseo anterior a la ley que lo prohíbe? ¿es la ley quien, por el contrario, al marcar lo interdicto, traza el sendero de lo deseado?
La lógica del complejo de Edipo (la madre es tomada como objeto del deseo por parte del niño y el padre prohíbe este incesto so pena de la castración) deja al Superyó como su heredero, pues constituye la introyección de la ley misma del padre que a partir de entonces vigilará desde adentro su cumplimiento.
La ley del padre, dicho sea de paso, tiene un efecto pacificador pues hace universal su exigencia de cumplimiento, hace valer “para todos” los individuos lo prohibido (el incesto) y, en esa misma maniobra, queda inaugurado el objeto del deseo como algo imposible de alcanzar.
Si decimos que el superyó exige un cumplimiento irrestricto de la ley, es porque su mandato consiste en que el sujeto renuncie a la satisfacción de sus pulsiones (al goce, según le llama Lacan) Tal es su exigencia y, paradójicamente, esta renuncia es la propia satisfacción del superyó mismo. Así el superyó “engorda” con cada sacrificio, con cada buen cumplimiento. Más renuncia hace el santo, más le exige entonces esta instancia… Porque el superyó es un fuerte imperativo, “glotón”, que siempre querrá saciarse con más renuncia pulsional que haga el sujeto.
El psicoanálisis revela que el deseo como tal es transgresor, que no es inocente. Es decir, que el deseo se constituye como tal precisamente porque está balanceándose sobre el filo de una prohibición.
Digamos que es el límite que se le pone a su goce (a su satisfacción pulsional) a través de esta ley superyoica, lo que permite que el deseo en un sujeto en particular pueda reverdecer. Ley y deseo.



*Foto de mi hermana L.

miércoles, 21 de enero de 2009

El espejo. La imagen o Yo


No tenía idea del hilo teórico que une estos conceptos, el del olvido de nombres propios y la agresividad que desencadena la imagen especular ante el semejante. Así que me alegra esta secuencia en las entradas.
Un nombre ha sido reprimido cayendo en el olvido, y por ese agujero, según decíamos, puede atisbarse algo que concierne íntimamente al sujeto, y que se rechaza por inconcebible. Lo que aquí surge está en relación con una identificación del sujeto. Es una identificación, es decir, un ropaje que nos hemos ajustado al Yo, pero que (y ahora es cuando llamo a la poesía en mi auxilio) aún siendo nosotros mismos, por aquel conveniente agujero del olvido, a su vez nos mira… es “ese rostro que mira y es mirado”.*
El espejo, el que duplica, nos revela el mundo de los semblantes, de las apariencias, es ese que va a fijar: uno es real y el otro no. Mi imagen o Yo.
Pero digamos que el Yo es en sí mismo una construcción imaginaria, una creencia orgullosa en el personaje que nos hemos adjudicado a través de las sucesivas identificaciones en toda nuestra existencia. De ahí, la vulnerabilidad de ese yo que nos creemos, de ahí que se sienta muy fácilmente amenazado, y en rivalidad, ante el otro.
¿De dónde viene este Yo? La propuesta muy temprana en la obra de Lacan** es que el Yo se constituye a través de la identificación con la propia imagen en el espejo.
El experimento es fácil de repetir, consiste en observar la fascinación y la contentura de un niño (desde su sexto mes de vida) cuando se reconoce ante el espejo, ante la visión de su vívida imagen. Todavía es un ser prematuro, que no coordina bien sus movimientos, que no tiene dominio sobre las punzadas de su propio cuerpo, pero que al ver una imagen de sí, con esa pregnancia salvadora que le ofrece en su conjunto, hace que se apodere golosamente de ese molde de completud. Que la haga suya, que elija que “ese sea él”.
Así, el dominio por parte del niño de su propio cuerpo en este plano mental imaginario, es anticipado con respecto al dominio real que vendrá luego con su madurez progresiva.
Pero, la explosión de júbilo con la asunción de su imagen, pasa muy pronto a la tensión por la amenaza, y de ahí ágilmente hacia la agresividad.
La percepción de su cuerpo, con las fragmentaciones de sus necesidades, de los aislados dolores, de la incoordinación motriz aún, es cambiada por la imagen bien estructurada que ofrece el espejo. En este intercambio, lo digo otra vez, el Yo se enajena en la buena imagen y va a depositar en la imagen del otro, de ese doble que ve allí, todos los impulsos despedazantes, caóticos, de la anatomía, que son inconcebibles como propios.
De este modo nos explicamos la agresividad fundamental que se despliega en toda relación con el semejante, y que con frecuencia es muy ardientemente despertada por el papel de los celos en la afectividad humana.
Al Yo siempre le será recordado que, desde su misma constitución, existe otro, un semejante, que carga en sí con la imagen despedazada de nosotros, con toda la fragmentación nuestra, la que no asumimos, pero que nos seguirá amenazando. ¿Acaso desde los espejos?



*J. L. Borges Los espejos. (Creo que este es el poema de Borges que me ha conquistado siempre)
**El estadio del espejo como formador de la función del yo (Je) tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica, Escritos 1, 1949)
***La reproducción prohibida, Magritte

domingo, 18 de enero de 2009

El olvido del nombre


Siendo como es, el psicoanálisis, un asunto que se dirime fundamentalmente en el acto de recordar, en el recinto de la memoria y las huellas de lo vivido, paradójicamente toma al olvido en sí como una de las más caras experiencias de presentificación del inconsciente.
Es una situación bastante cotidiana: olvidamos un nombre durante una tranquila conversación. Hacemos esfuerzos porque regrese el nombre a nuestros labios, nos desesperamos, pues tenemos la nítida impresión de que ese nombre está ahí, bien al alcance, y sin embargo, ha caído en el olvido impíamente cuando más se le necesitaba.
Este tipo de olvidos forma parte de las operaciones fallidas de nuestra vida corriente. Ha habido un error de la memoria que por sí mismo va a descorrer el velo que cubría la otra instancia, la del inconsciente. Así, la aparición inoportuna del inconsciente cuando queríamos seguir el diáfano transcurso de una comunicación, revela una nueva dimensión que podría haber pasado desapercibida: ¿Por qué el olvido de este nombre en particular? ¿Qué relación guarda con la verdad del sujeto que habla allí, justo por la obertura de esa falla en su querer decir?
No aseguro que sea la más leída, pero de las obras freudianas, una de las más populares es Psicopatología de la vida cotidiana, en la que Freud se ocupa de analizar todas estas intromisiones de aquella otra escena psíquica, el inconsciente, en nuestras aburridas rutinas.
Freud toma de su propia vivencia el ejemplo que devino clásico para explicar la función del olvido de nombres propios como una formación del inconsciente en tanto acto fallido.
Es importante para lo que se verá después, tener en cuenta que el nombre propio es una palabra de muchísimo menor referencia rígida o abrochamiento a un significado universal, señala casi siempre un vacío, una marca, que se posará sobre la figura de alguien en particular que se nombre así.
Durante una conversación en un viaje en tren Freud olvida irremediablemente el nombre Signorelli, un pintor italiano de los frescos de la catedral de Orvieto. Al instante vienen presurosos a la mente del doctor olvidadizo otros dos nombres de pintores, en lugar del nombre esquivo: Boltraffio y Bottichelli. Este detalle no pasa inadvertido: no es sólo un olvido, ni estos desplazamientos responden a un capricho, sino que obedecen estrictamente a una lógica que preside las asociaciones y produce los nombres sustitutivos. Estos nombres, el caído y los sustitutos, han sido marcados por el signo de la represión, y están vinculados con la conversación que se sostenía inmediatamente anterior al olvido.
Lo que se reprime sigue en conexión asociativa con los nombres sustitutos, a través de los restos significantes (por ejemplo, la contigüidad fónica de los trozos del nombre Signorelli olvidado y la terminación “elli” de Bottichelli; la ciudad de Trafoi que resuena en Boltraffio, donde el vienés había recibido la noticia de la muerte de un paciente suyo; la partícula “Bo” que se anudaba a una intención anterior del propio Freud sobre el comentario de algo ominoso que incluía Bosnia y Herzegovina, donde reaparece “Herr”, que es la traducción en alemán del Signor italiano, y el tema de la sexualidad y la muerte como conceptos en esta historia que se trataban de reprimir y mantener alejados. El Signor, o “señor” que resplandece en esta anécdota como la creación significativa, metafórica, es precisamente la conexión misma con lo reprimido por el sujeto Freud en todos estos fragmentos lenguajeros. (y ese Sig... el inicio de su nombre propio, Sigmund)
Es así que, tanto en el olvido como en los sustitutos sobrevive aquello que específicamente se ha tratado de suprimir como sentido. Esto es esencial en la teoría psicoanalítica: el elemento reprimido siempre encontrará la manera de abrirse camino y manifestarse en nuestra cotidianeidad, sólo debe encontrar cierta posibilidad asociativa a nivel, fundamentalmente, de las palabras (de los significantes).
Más que un fallido, el olvido como formación del inconsciente es un acto logrado. Con él, ahí queda iluminado un nuevo sentido, que habla de ciertas verdades, a saber, de la propia implicación del sujeto en lo olvidado.


*En la punta de la lengua. Foto de mi hermana L.

miércoles, 14 de enero de 2009

La violencia o la palabra


La agresividad del hombre hacia sus semejantes, la violencia en sí, es entendida en psicoanálisis como una expresión de la pulsión de muerte.
Freud contrapuso la dualidad Pulsiones de vida versus Pulsión de muerte (1920) y, tal vez de modo muy rápido, pudiéramos relacionar la pulsión de muerte (el goce, según Lacan) como aquello que en la esencia misma de la vida humana hace que a veces el sujeto no quiera precisamente su propio bien. Puede querer, incluso, hacerse a sí mismo daño, ir en contra de todo lo que le proporcionaría placer y felicidad; en suma, se trata de una satisfacción en el displacer.En cuanto esta pulsión de muerte se exterioriza, es decir, en cuanto se dirige hacia afuera del individuo, se traduce en agresividad, en una pulsión destructiva, en un empuje a la destrucción del otro, a su aniquilación. (Es él o yo).
Si bien no toda intención agresiva del ser humano deviene propiamente agresión o acto violento en sí, la violencia brota con demasiada frecuencia (en cualquiera de sus vertientes) en las relaciones sociales entre los hombres.
Aquí cuando hablamos de violencia, entendemos no sólo su dimensión de choque, de ataque, de desequilibrio, de excesos del acto; sino añadimos, que más particularmente la violencia es, en tanto acto, el reverso mismo de la palabra: ahí donde no hay más palabra ante este otro que quiere mi desaparición, donde no hay más posibilidad de diálogo, aparece la violencia, como su contracara.
Pienso que la cultura misma puede ofrecer coordenadas de la palabra ante la agresividad inherente al humano. Las palabras, lo simbólico en general le van ajustando a esa agresividad determinados cauces sublimatorios menos destructivos. (La literatura específicamente, las artes en su mayor diversidad, los deportes, etc.) Con ironía no descuidada: precisamente la represión de la cultura sobre la pulsión determina la aparición de la agresividad.
Si un sujeto ha sido inevitablemente confrontado con un hecho traumático violento, se le puede brindar la vía del tratamiento por medio de la palabra. Así, se hace posible que pueda empezar a otorgársele sentido, armar nuevas articulaciones simbólicas a partir de lo sufrido, estructurar otro sostén significante alrededor de ese hueco inolvidable. Una vez más, se hace girar al acto hacia la palabra.
De todos modos la pulsión de muerte está ahí, sobrevive en nosotros, siendo tan humana como lo es el propio deseo de que no surja como violencia descarnada entre los individuos.

sábado, 10 de enero de 2009

La poesía de Carlos Augusto Alfonso


Tengo ante mí el poema Cerval y a mi amigo el Poeta. Me atrae mucho casi toda su poesía. Es difícil, luminosa y me despeña rodando hacia mi propia ignorancia. Quizás hacia el Ser. Cerval. Su poema en el que yo existí.
Cerval empieza “No te voy a negar que odio al mundo…” y zigzaguea seriamente entre ideas exquisitas. Su cadencia confunde, ya alude a otro concepto, revienta en dos lo que se creía estar entendiendo y en ese ademán, deslumbra.
Su poesía siempre me deja aturdida. Es un juego riguroso con el lenguaje. Se arroja con ímpetu para amordazarlo. Creo que en ella se trata de forzar la palabra misma para hacerla Decir. (Es un decir) porque mientras leo, descubro en este anclaje poético su intento para hacer que la palabra se convierta en Decir: en algo que quede como un sustrato más allá de lo que se ha dicho. El Decir. (Désir, ¡ah!)
“… que le dirá a dublín ya estoy aquí… “ (Termina así este poema, ¿es necesario otra cosa añadir? ¿o nos sentamos a esperar trescientos años?)



Cerval
no te voy a negar que odio al mundo y la forma que tengo
para hacerlo esta rivalidad con sursumcorda limpia el
camino hacia el hipostasiado dúplex # bi pasaba por allí y
de repente king pulgas complicaciones me suben disparando
a secondflor donde duermen tiranos hasta el final capuchino
melitus físicos de eliminación ilusiones tan caras cabezazo
de yute en portería de utha vende eutanasia en gran cañón
y mi escollo murgita en el depósito de cadáveres mormones
de la muerte de la muerte clonada por la muerte parejera
bactriana guerra de jaramillos y escobares por el control de
una su prarrenal y por los nueva yores hillaries mujeres que
deseo fundamentalmente por el rosado de sus carcañale se
lo dije a dan rather piedra de para celso en chócala street
todas las religiones una minas de estefanía benasir que me
dejaron fuera del migario menstruando el corazón en lo peor
que muchos triglicéridos tomó y a la justicia venus peatonal
maldita en su vos waguen cuentin man zana macintosha
que no se aviene kao entre los onanistas de alamar pasteuriza
cerebro picador de matojos una corporación santera
repatriando intereses mi segunda colada borra
baudrillardezca george rasta faro le conversan al mono de la
comisaría suaba de lo que son incatas de verdad que le piden
al fuego directamente con el habeas del cuerpo la cabina
haber y más haberes tecno astillero cabilla para el menear
del rey de gales pantaleón campanero gruélicas hoyo 32
cuando reparo dejo de invertir porque filman correos tengo
que estar en todas como el juppi de dios desde una catarata
del victoria con su caudal de ígneas x segundo hasta el
grano pajizo de los rodeos de morelia monta de fabbro lague
maltusianongo bomba en dosis eliópatas dedicadas a oggún
el pedaleo hacia el engome es lento y desagriable a través
del mfori los vítores las olas del adriático que es una mojonera
en malecón con su poca morriña la chusma allí reunida
convertida en prepucio en victoriosa vespuccia del amerigo
instan a escudería sardoni a recogerse al buen vivir buhonero
que champanea la victoria tiempo completo no tiene que
insistirme creo yo con su panel turbino que generalmente
suma lo que resta que donde blindaron hay desagravio y ni
por enterado se da que vuelve a ser y vuelvo con mi tristeza
niña de romanov que no me la obliguen a recordar porque
puedo ser yo pero puede ser otro con su alta mortalidad en
cayo periosto con las efervecentes latas de la pira estar donde
le plazca se le antojen a las fuerzas del mal que ahora son el
bien y generalmente pasan de guer nicos de lídice a bluff
hombres garant del año dando estrechón al novelero second
que les surgió pero que está en foto desos guapos druidas de
lancheros que botaron el agua froto mi dignatario contra
puesto de lípidos de la concomitante elaine que tiene una
pistola que etique tea bolsas shuakov dünaev avispero lakan
lakón peste en la carne limbo de cochinillas y ojalases ojalá
se te acabe tu conquibus constante tu póliza de empleo en
cuita partner salten las cuerdas a ese ukelele lowry que me
lleve ff para no verte cuáquera siempre de corazón y payonier
de mi tierra gaveta interminable pecho y espalda cabezazo
con casco de bismarck video lanza prostática en la punta a
un paso de mi cancillería von papen bonn que no voy a
negar a zoroastro mi chocolate yunque arte moctezumante
ni a un moribundo mazda esta conversación de capas que le
dirá a dublín ya estoy aquí