miércoles, 27 de mayo de 2009

El duelo


Me ha resultado interesante la familiaridad de las dos acepciones de duelo. Con raíces latinas distintas, dolus (dolor) y duellum (desafío) según se refiera a uno u otro caso, el duelo mismo me ha hecho investigarlo, escudriñar sus causas, conocer sus posibles salidas y tratar de convencerme de que su duración normal estimada (seis meses) es sólo alimento de las estadísticas.
El duelo es "la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, la patria, la libertad, un ideal, etc", explicaba Freud en su texto Duelo y Melancolía.
Se trata, particularmente, de un dolor intenso, un dolor psíquico. Como si el alma se detuviera un poco. En este estado, ocurre la cesación del interés por el mundo, la pérdida de la capacidad de amar y una inhibición consecuente de casi todas las actividades del sujeto en su vida, según se describe.
No habría muchas maneras de protegernos de las pérdidas contundentes, pues cuando alguien o algo ha ocupado para nosotros ese lugar de objeto valioso, insustituible, cifrado de nuestras esperanzas más abarcadoras, puede sobrevenir con su ausencia, la confrontación (como sujetos) con aquel agujero más esencial, originario, arcaico, que es la falta que nos constituye como seres.
Este acercamiento intenso con la propia castración, este desamparo en el que el objeto amado e ido nos ha dejado, desencadenará todo un proceso llamado trabajo del duelo, que en sí mismo es un tiempo para el desasimiento. Este tiempo es necesario, pues demostrará que aquel objeto perdido no es fácilmente sustituible por otro, y que sólo paulatinamente se podrá “des-investir” de libido a aquel que la absorbía toda de nosotros.
Pero no solamente este objeto era preciado para nosotros, sino que él condensaba en sí mismo lo preciado que éramos nosotros para él. Y el duelo se hará entonces, también, por el lugar que ocupábamos nosotros para aquel que ha partido.
En este trabajo de elaboración del duelo, cuya duración dependerá más que de la cronología, de la lógica psíquica de cada quien, será indispensable que el sujeto pueda restablecer a nivel simbólico el desastre real ante el que sucumbe. Esto implica que para volver a re-investir nuevamente otros objetos con los brillos del que ya no está más, el sujeto tiene que disponer a partir de ahora de una nueva recomposición simbólica de su vieja relación con la falta. Decidirse a ir al diván puede acortar este camino.
Hablamos de duelo como dolor ante la pérdida, y también hablamos de un desafío a recomponernos por medio del significante. Dolerá bastante, pero nos expone a nuevas posiciones con relación al objeto primordial perdido para siempre…
Y un día nos levantamos y reconocemos: El duelo ha terminado.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Del sonido del blog

(Per Salva, che ha aggiunto la lingua italiana)

Los blogs me parecen todo un invento increíble. Cada quien se desdobla en palabra, imagen, exaltación, ideas, anonimatos… puras emociones, creo yo. Y entonces resplandecerá el deseo de volver. O no.
Este espacio no será real, y sin embargo puede tenerse la muy viva sensación de que a la par de la fiesta de imágenes y letras ante nuestros ojos, apareciera también un eco, un sonido articulado de fondo, cierta cadencia audible que acompañará a las visitas en su recorrido.
Haciendo también al blog continuamente están los sonidos de los que comentan, las voces intuidas, los acentos mezclados dentro del mismo idioma (¡y en otros!), los adorables errores al escribir que poco podríamos atribuírselos ya a la prisa o a la inocente negligencia.
Creo que se escribe para alguien, uno diseña un Otro a la medida, a partir de las elucubraciones de quién pudiera estar leyendo esto ahora mismo, y es placentero creerse que habría allí un lector, (¡muchos!) un público.
Como nunca he tenido muy bien pensado cuáles son mis cosas preferidas (salvo el chocolate, ante el que nada se compara) para mí encontrar una canción hoy, entre tantas, se me ha hecho una tarea extraordinariamente difícil. Y con esta duda, y pidiéndoles clemencia, que no se vayan a reír demasiado, escogí Lovefool, para acompañar estas divagaciones.
Ya sé que es muy discutible lo que voy a adelantar, pero lo que se le pide al Otro, en esencia, es que nos quiera.
A estas alturas ya no puedo decir que elegí con tal canción otro que no fuera el camino más sencillo. Pero no estoy tan segura de eso… uds ya son los que saben de estas cosas.

sábado, 16 de mayo de 2009

El agalma


Ser el amante, o bien, ser el amado. Viejo dilema en estos trajines de la humanidad. Algunas veces yo he sido amada intensamente y otras veces yo también he amado con fuerte pasión, pero, como a casi todos les ha pasado, no siempre ha habido correspondencia –o coincidencias- entre esas dos posiciones. Dos en el amor serían: el sujeto que ama (erastés) y el otro como objeto de amor (eromenós), según los términos que toma Lacan de la poesía épica griega para explicar la metáfora del amor en su Seminario sobre la transferencia.
El Banquete de Platón sirve de fondo y es delicioso leerlo. Siguiendo el seminario, ya nos adentramos en este simposio cuando nos sorprende la llegada intempestiva de Alcibíades ebrio, uno de los jóvenes más bellos y elegantes de Atenas. Él marca un giro en los discursos hasta ahora pronunciados en torno al amor, y lanza públicamente su declaración de amor a Sócrates, el sabio filósofo también presente entre los convidados. Con tal confesión, Alcibíades quiere alabarlo y desenmascararlo a la vez, pues dice (y esta es la frase clave, me parece) “Ninguno de uds. le conoce”.
Al gran filósofo, de quien Alcibíades hace el elogio, no le acompañaba mucho la belleza física (uno de los valores más ponderados entre los antiguos griegos) y el joven lo compara entonces, en su efusiva intervención, con un sileno en cuyo interior estaría el preciado agalma. El agalma es un concepto que rueda con distintas significaciones, pero señala, sustancialmente, a ese objeto maravilloso muy adentro escondido, eso que deslumbra, el objeto precioso y enigmático que puede atraer la atención de los dioses. Es decir, Sócrates encantaría porque detenta el agalma, según Alcibíades. Así, en su elogio, el joven quiere ubicar al sabio en la posición de eromenós (el deseable o amable) el que tiene en sí el objeto que provoca el deseo. Y aquí Sócrates, finalizando esta intervención, se rehúsa a ese pasaje del que desea, el amante, a constituirse como el amado (eromenós) ¿Cómo lo hace? Sócrates le desvía, declina ese ofrecimiento porque sabe que él no tiene el agalma que Alcibíades le supone, y porque en su esencia, lo que hay es el vacío, hay una falta que le hace estar todo el tiempo en la posición de quien desea, es un deseante puro. Para quien se hizo famoso sólo sabiendo que no sabía nada, consideraba que no había nada en él que fuera realmente amable. En este rechazo de Sócrates, ya puede entreverse la posición del psicoanalista en la cura.
Además, la réplica socrática consiste en indicarle también al joven que aquel a quien con certeza él se dirige con tal discurso, es a Agatón, el poeta homenajeado en este simposio. Y esta intervención aquí tiene todo el valor de una interpretación en psicoanálisis, al mostrarle además dónde se encuentra el verdadero objeto de su deseo.
La metáfora del amor, según la desarrolla Lacan, consiste en que se dé la sustitución de la posiciones del amado en el amante (del eromenós al erastés), aquel que es objeto amoroso devenga sujeto que ama. ¿No tiene esto que ver con la magia, con el precioso milagro del amor?
Debido a la transferencia, en un análisis, el paciente coloca de nuestro lado el objeto- agalma, quedando así el analista supuestamente en el lugar del eromenós, el que porta ese agalma que el sujeto viene buscando. El paciente piensa que ese saber sobre sí mismo, que no logra aprehender, lo tiene el analista. Esta suposición de saber imputada al analista, como quien contuviera un agalma que hace brillar el enigma del deseo, previene y nos fuerza a hacer tal como hizo Sócrates, no aceptar ocupar ese lugar tramposo del amado, e intentar dejarlo vacío, vacante, para que pueda así emerger el deseo del paciente (su propia falta).
El deseo del analista es una noción posterior en la enseñanza de Lacan que esclarece esta situación de la transferencia en la cura, y consiste, además, en dejar deshabitado el lugar del deseo propio del analista, para relanzar el deseo inconsciente del sujeto en el análisis.
No habría que olvidar que ha sido la intensidad del deseo ilimitado de saber que animaba a Sócrates, la fuente de la pasión que embargaba al hermoso Alcibíades. Es un deseo que ha hecho surgir (de lo feo) el agalma.


* Sócrates con sus discípulos, en la Escuela de Atenas (Detalle), Rafael

viernes, 8 de mayo de 2009

Asedio


Me animé y le expliqué detalladamente. Di versiones. Ejemplos comunes. Seguía ahí, sin comprender nada. Su mente estaba siendo atravesada en esos momentos por otros enjambres de pensamientos. No podría decir si mejores o peores que ese que intentaba forzar y penetrar sus predios. No sucedía nada, todo apagado. No había ni un solo brillo de luz que indicara el paso de esa avalancha de lo nuevo que quería hacer migas, y casarse, con algún desperdigado pensamiento íntimo. Las nuevas ideas venían con entusiasmo y se estrellaban en la hermeticidad de su no.
De repente, un eco, la sombra de una figura que se deja ver cerca de la cancela y los postigos. Se duda. Una pregunta ha sido formulada y entonces se inclinan las armas, entreabriéndose un resquicio.
Comprender podría ser de alguna manera no resistir al asedio.


*Castillo de la Real Fuerza, La Habana
(Flickr)

viernes, 1 de mayo de 2009

El velo


Entra y me muestra sonriente su mascarilla: La he diseñado y mire qué hermosa, dice sentándose. No la utiliza en sesión, ni tampoco yo que, irreverente, no llevo ninguna todavía. Miro el decorado con flores de ese pedazo de tela, de ese “cubreboca” (cuán pertinente el término) y me quedo pensando en la difícil relación que se da entre el velo y la posición femenina.
En la función del velo para una mujer.
Una manera de abordar el complejo asunto de hoy quiénes mujeres quiénes hombres, es la propuesta del psicoanálisis lacaniano al respecto: todo es cuestión de cómo se posiciona cada sujeto de un lado u otro según el falo, tenerlo (lado masculino), serlo (lado femenino) y esto no está determinado por el cuerpo biológico con el que nacimos, sino por una “asunción” subjetiva del sexo. Y lo esencial se dirime en el lenguaje (¡Hay tantas mujeres con cuerpos de hombre y tantos hombres con cuerpos de mujer!)
La mujer, como una de las “posiciones femeninas del ser” tiene una relación fundamental con la nada, con el no tener, partiendo del supuesto freudiano de que sobre ella no se cierne la amenaza de la castración como sobre el varón. Ellas, por eso mismo, tienen muchísimas mejores relaciones con la falta y con lo real, con esa nada, pudiendo denunciar con más potestad la falacia de los semblantes que se han puesto ahí para colmar ese vacío. (Esto se toma también como argumento para explicar por qué a las mujeres nos resulta más cómodo que a muchos hombres poder ocupar la posición de psicoanalistas…)
Sin embargo, a la vez que es fácil reconocer en las mujeres ese interés continuo en atravesar y romper los semblantes establecidos y tan apreciados por los hombres, tienen ellas de todos modos el arte de saber adoptarlos, de revestirse con las máscaras, de confeccionar los velos y envolverse en ellos. Los postizos le aseguran que su propia falta quede velada tras ellos, y que la belleza y completud así conseguida, ornarán el falo que toda ella quiere aparentar ser para el hombre.
La mujer con sus semblantes juega al engaño de la seducción, presume de ser aquello que podría faltarle a los hombres y de esta manera, brilla como más deseable ante ellos… ¿acaso los velos no han sido siempre también una invitación, una incitación a descubrirlos?
Ya se sabe que cuando se está en presencia de un velo, puede aseverarse la promesa de que algo puede haber detrás.
La joven paciente, más allá de procurar su diferencia (estructural) embelleciendo ese pequeño velo protector en medio de obligatoriedades… una vez que se lo ha mostrado a la analista, lo estruja en sus manos y se dispone apasionadamente a hablar de su marido.

*Visita al cirujano, Remedios Varo.