martes, 22 de septiembre de 2009

Narciso (I)


Debo hablar en una conferencia sobre el narcisismo próximamente. Es un tema que trato de elaborar poco a poco, y pondré a la consideración de uds (críticas e ideas) cada vez que encuentre (o tropiece con) algo interesante ¿hablamos de… narcisismo?
Para empezar, un poco del mito de Narciso, así como me ha complacido leerlo en el Libro Tercero de las Metamorfosis, de Ovidio.
Se nos dice que la madre de Narciso, la ninfa Liríope (¿no es ya así muy poética su entrada en el mundo?) en el momento del nacimiento del bello niño, consulta y escucha la fatalidad que anuncia que Narciso sólo podrá llegar a la vejez “Si a sí no se conociera…”
Conocerse entonces equivaldría aquí a la muerte. Pero, ¿de qué conocimiento sobre sí mismo se trata? ¿Del que nos es accesible, lo medianamente transparente del Yo, o de aquél otro, esquivo, que se nos escurre siempre y del que nada queremos saber?
El primer nudo a deshacer estaría entonces entre el conocerse (el saber) y la muerte.
La dualidad, que se asoma ya como siendo el eje de este mito tan bien armado, se presenta más claramente con un encuentro amoroso.
Unos quince años después, otra ninfa, enamorada quedó al ver la hermosura del adolescente, es la resonante Eco… (la que no ha aprendido a callar ante quien habla, ni tampoco a hablar ella primero) Ella lo contempla extasiada, y del intercambio sólo sonoro entrecruzado por los jóvenes en el bosque, surgirá todo el malentendido que inaugura el deseo. “Ven aquí, reunámonos”, llama Narciso, intrigado por Eco, “Unámonos” responde ella. Y él la rechaza: “Antes morir que abandonarme a ti” “Abandonarme a ti” repite la ninfa llorando. ¿No está aquí también, para Narciso, el embeleso que una imagen suya (sus propias palabras) le provoca, relanzada así por su desconocida partenaire?
Otro nudo, el de espejo y deseo, surge aquí con esta ilusión del doble que en Narciso se insinúa con la repetición de su voz en eco.
Pero Narciso no quiere abrazos…Muchos jóvenes a él, muchas muchachas lo desearon. Pero -hubo en su tierna hermosura tan dura soberbia- ninguno a él, de los jóvenes, ninguna lo conmovió, de las muchachas.
Y el hermoso va hacia el espejo inseguro de las aguas, se mira extasiado a sí mismo por primera vez y enloquece de amor ante su imagen en el agua.
El juego de insuflar en otros el deseo y no dejarse abrazar llega aquí a su fin, y destino. Por un lado, la detención es brusca: se ama por primera vez a alguien; y se sufre. Por el otro, el amado es uno mismo y (hay que oír que la queja de Narciso es sublime: Lo que deseo conmigo está. El objeto amado no se desprende, pero a la misma vez no se podrá asir) Es el arrebato por la belleza:
Cuántas veces, inútiles, dio besos al falaz manantial
En mitad de ellas visto, cuántas veces sus brazos que coger intentaban
su cuello sumergió en las aguas, y no se atrapó en ellas

La pasión de amarse a sí mismo es dolorosa. Es una trampa haber hallado ¡por fin! lo idéntico… y tal ardor le llevará sin remedio a la muerte. La superficie del agua, como espejo, el precioso límite que no se puede traspasar, se transgrede y muere así Narciso ahogado.
Hay quienes le perfuman adjudicándole una inocencia sin responsabilidad alguna en su suerte: Narciso no se ha enamorado de sí mismo, sino de la hermosa imagen (otra) que, nunca antes vista, ha hecho nacer en él el amor. Y en este camino encontramos que la imagen amada es propia pero a la vez ajena.
De esta apropiación súbita de la imagen del otro vendría a tomar energía y forma esa organización que devendrá el Yo, decía Lacan. Es decir, del otro viene la posibilidad de la identificación con la imagen de sí, pero esto incluye en su tejido, a la pulsión de muerte que se manifiesta en la agresividad ante el semejante. La (hegeliana) lucha a muerte: o el otro o yo...
Deseo y muerte, es el último nudo que será obligado desatar. Otro mito, aquél de Edipo, vendrá en nuestro auxilio a esclarecerlo. Traerá el tercer elemento a esta dualidad.

*Narciso, Caravaggio (1600)
**Metamorfosis, Ovidio, Libro Tercero

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Wish you were here

... Y esto, como se dice en la tradición de mi familia, Esto no significa nada...

viernes, 4 de septiembre de 2009

monjes y psicoanálisis


Me ha fascinado una historia increíble de aplicación del psicoanálisis dentro de un convento. Ocurrió aquí, en México, muy cerca de la ciudad de Cuernavaca, en los años sesenta.
El padre Gregorio Lemercier nacido y ordenado en Bélgica, llegó a México en la década del ’40, y en 1950 funda el monasterio benedictino de Santa María de la Resurrección en Ahuacatitlán, estado de Morelos.
Un episodio de alucinación propio sorprendió un día de 1960 a Lemercier, siendo ya prior de este monasterio, y a la mañana siguiente decidió solicitar ayuda médica. Este es el comienzo de su tratamiento de psicoanálisis individual con el Dr. Gustavo Quevedo. Unos meses más tarde, comprendió que el psicoanálisis, como terapia grupal, podría ser útil para los monjes de su monasterio y dio inicio así a esta insólita práctica dentro de los predios de una institución religiosa.
La experiencia de aplicar el psicoanálisis para los miembros de una comunidad tan cerrada como la conformada por los monjes de un convento, tenía la primigenia intención del prior Lemercier de “depurar la fe”, de despejar la verdadera y auténtica vocación que había llevado hasta allí a cada monje, extirpándole toda la hojarasca de debilidades, apetitos de poder, neurosis, homosexualidad, psicosis o perversiones… era el afán de que ellos empezaran a vivir una religión bien entendida.
Imagino por un instante las sesiones de psicoanálisis grupal de aquéllos veinticuatro monjes del convento, conducidas por los doctores G. Quevedo y la argentina Frida Zmud. Cuán difícil debió haber sido en ocasiones, para sus jóvenes participantes, esta encomienda a la expresión, a tomar la palabra para hablar de sí ante todos. Eran sesiones en las que se debatían, también entremezclados, los asuntos personales y los de la institución religiosa, la fe, el temblor, lo poco que cada quien ya hubiera atrapado de uno mismo, las dependencias afectivas, la vocación escogida, la convivencia de todos.
El sendero que se abría entonces era muy novedoso dentro de la ortodoxia del discurso religioso de la época que, sólo muy recientemente había dado, por ejemplo, el paso de celebrar sus misas en español. Pareciera como si se hubiera podido suspender en el tiempo una única vía de acceso a la verdad, aireándose otra, esta vez traviesamente médica, nueva, subversiva, incisiva sin recurrir a los fuegos del castigo.
El Vaticano decidió pronto tomar cartas en el asunto. Temeroso además, de abrirle cualquier puerta a los cuestionamientos de método o pensamiento arcaicos de su dogma, condenó a Lemercier a abandonar el convento y a que quedara eliminada la teoría o la práctica del psicoanálisis en el monasterio, so pena de suspensión definitiva.
Después de apelaciones ante el papa, sucesivas visitas de eclesiásticos a Cuernavaca, sanciones y regresos, Lemercier finalmente, en 1967, ya determinado, se reúne con sus monjes. Ante la disyuntiva de abandonar el psicoanálisis o la renuncia a los votos de la iglesia, el prior y 21 de los veinticuatro monjes toman la decisión colectiva de separarse del sacerdocio y de la vida como religiosos. El convento se clausura.
Fundan entonces el Centro de Psicoanálisis Emaús, ofreciendo un hogar y terapia psicoanalítica para jóvenes con diversos desórdenes, sin importar su religión o clase social.
Con su nueva vida laica (se añade en las biografías) Lemercier conoció a Graciela Rumayor, con quien se casó. El Centro Emaús estuvo en funcionamiento hasta aproximadamente 1979-80.
Pienso que algunas tempestades hacen estallar entre sí a los diversos discursos que pretenden explicar el alma humana. No es asombroso hoy en día que muchos se trasvasen, se contaminen, se agranden y que acaben por desprender, poco a poco, aquello que de verdad no sirve para nada.

*A la Sra Vicky, que me habló por primera vez de la historia, sentadas a la orilla de este mar.