
El ingenio, eso también llamado la agudeza de espíritu, podría resultar altamente adictivo. Uno creyó entreverlo alguna vez, arrinconado entre las frases de un escrito, y seguirá deseando encontrárselo siempre.
Se le pide entonces suplicando al autor que cada vez escriba con más rasgos de ingenio, que nos invite más veces y durante más tiempo a esa zona poco evidente, casi imperceptible, donde relampaguea, tan sólo por unos instantes, otra cosa, otra idea.
Pienso que, exceptuando a esos seres realmente bendecidos con el don, el destello del ingenio ilumina esporádicamente los escritos rutinarios. Es una tranquilidad saberlo, aunque sea bien falso creérselo. Queremos más dosis.
Es muy placentero descubrir por uno mismo que otro sentido se ha quedado parpadeando durante un segundo detrás de la última sílaba leída. El escritor nos conmina entonces a avanzar hacia otro radio de luz, casi oculto, un más allá, destinado sólo para algunos…
Se me ocurre, como ejemplo sublime, muchas de las obras de la literatura del siglo de oro español, particularmente las de F. de Quevedo, como su “Buscón”. Es una lectura que ennoblece, llena de juegos de palabras y sentidos. Tal vez esta frase del pícaro no sea del todo paradigmática, pero se aviene: “…salió de la cárcel con tanta honra, que le acompañaron doscientos cardenales, (pero) que a ninguno llamaban «señoría».”
Ya es sabido que el ingenio es mucho más admirable cuando nos mueve a reír, de por sí siendo la risa, como es, una gran vía liberadora de nuestras tensiones mundanas.
Pero este tipo de agudezas chistosas también puede aparecer inesperadamente en un relato serio. Estamos leyendo un contenido bastante formal, que quizás estaba apelando ya en nosotros a cierta gravedad, exigiéndonos solemnidad... y he ahí que nos sorprende algo “boulversante”, una idea ingeniosa que nos hace sonreír, graciosa y profunda en su sencillez.
Ha sido un pequeño resbalón con el que el autor se ha asomado en su propio escrito, un desliz muy refinado que implica un cambio del registro de lo serio hacia la fecundidad del ingenio chistoso.
Creo que, el regocijo, y la “adicción” posterior, no vienen sólo por el hecho de que uno, ah, lector tranquilo, se haya podido superar a sí mismo con la conquista inteligente de esta idea que el autor nos prodigaba como velada.
También este rasgo de humor de tal autor nos ha procurado momentáneamente una intimidad exquisita…
*No sé por qué el título mismo de este post me parece una súplica. Pero, si lo pienso otra vez, también me recuerda a alguien que consiente a desgano y exige que el otro sea breve. Y si le quito el acento… lo dejo a él un rato sin mi compañía.
*La imagen es divertida, es una ilusión óptica. Hay que quedarse un rato mirándola para ver surgir el rostro de…