domingo, 25 de enero de 2009

El nudo de la ley y el deseo


Lo vemos a nuestro alrededor, mientras más una persona es buena y santa, más se ensaña contra ella la exigencia de un comportamiento impecable, y más encarnizado es el juicio que cae sobre ella para verificar si sus reacciones corresponden o no a la moralidad más rígida.
No me refiero sólo a la evaluación que de ella hagan los demás, sino al prurito de santidad propio de esta persona, al cilicio con el que se hinca a sí misma para alcanzar un ideal de perfección.
Quiero aplicarme, rendirme a él, y escribir un poco acerca del superyó, al que se le ha querido también endulzar llamándole “la voz de la conciencia”. Y este es otro de los conceptos freudianos asociados a la pulsión de muerte, pues es en sí misma la instancia que dirige contra el Yo la misma agresividad que el Yo habría satisfecho en otros individuos.
Y el superyó nos servirá de guía en este difícil acertijo que me inquieta: ¿es el deseo anterior a la ley que lo prohíbe? ¿es la ley quien, por el contrario, al marcar lo interdicto, traza el sendero de lo deseado?
La lógica del complejo de Edipo (la madre es tomada como objeto del deseo por parte del niño y el padre prohíbe este incesto so pena de la castración) deja al Superyó como su heredero, pues constituye la introyección de la ley misma del padre que a partir de entonces vigilará desde adentro su cumplimiento.
La ley del padre, dicho sea de paso, tiene un efecto pacificador pues hace universal su exigencia de cumplimiento, hace valer “para todos” los individuos lo prohibido (el incesto) y, en esa misma maniobra, queda inaugurado el objeto del deseo como algo imposible de alcanzar.
Si decimos que el superyó exige un cumplimiento irrestricto de la ley, es porque su mandato consiste en que el sujeto renuncie a la satisfacción de sus pulsiones (al goce, según le llama Lacan) Tal es su exigencia y, paradójicamente, esta renuncia es la propia satisfacción del superyó mismo. Así el superyó “engorda” con cada sacrificio, con cada buen cumplimiento. Más renuncia hace el santo, más le exige entonces esta instancia… Porque el superyó es un fuerte imperativo, “glotón”, que siempre querrá saciarse con más renuncia pulsional que haga el sujeto.
El psicoanálisis revela que el deseo como tal es transgresor, que no es inocente. Es decir, que el deseo se constituye como tal precisamente porque está balanceándose sobre el filo de una prohibición.
Digamos que es el límite que se le pone a su goce (a su satisfacción pulsional) a través de esta ley superyoica, lo que permite que el deseo en un sujeto en particular pueda reverdecer. Ley y deseo.



*Foto de mi hermana L.

2 comentarios:

Diliviru dijo...

Hola Veronica

Pasa a mi blog por un premio por favor :)

Verónica dijo...

Muchas gracias, Diliviru, rápidamente voy para allá. ¿Un premio? Eres muy amable, gracias otra vez!