
Me ha resultado interesante la familiaridad de las dos acepciones de duelo. Con raíces latinas distintas, dolus (dolor) y duellum (desafío) según se refiera a uno u otro caso, el duelo mismo me ha hecho investigarlo, escudriñar sus causas, conocer sus posibles salidas y tratar de convencerme de que su duración normal estimada (seis meses) es sólo alimento de las estadísticas.
El duelo es "la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, la patria, la libertad, un ideal, etc", explicaba Freud en su texto Duelo y Melancolía.
Se trata, particularmente, de un dolor intenso, un dolor psíquico. Como si el alma se detuviera un poco. En este estado, ocurre la cesación del interés por el mundo, la pérdida de la capacidad de amar y una inhibición consecuente de casi todas las actividades del sujeto en su vida, según se describe.
No habría muchas maneras de protegernos de las pérdidas contundentes, pues cuando alguien o algo ha ocupado para nosotros ese lugar de objeto valioso, insustituible, cifrado de nuestras esperanzas más abarcadoras, puede sobrevenir con su ausencia, la confrontación (como sujetos) con aquel agujero más esencial, originario, arcaico, que es la falta que nos constituye como seres.
Este acercamiento intenso con la propia castración, este desamparo en el que el objeto amado e ido nos ha dejado, desencadenará todo un proceso llamado trabajo del duelo, que en sí mismo es un tiempo para el desasimiento. Este tiempo es necesario, pues demostrará que aquel objeto perdido no es fácilmente sustituible por otro, y que sólo paulatinamente se podrá “des-investir” de libido a aquel que la absorbía toda de nosotros.
Pero no solamente este objeto era preciado para nosotros, sino que él condensaba en sí mismo lo preciado que éramos nosotros para él. Y el duelo se hará entonces, también, por el lugar que ocupábamos nosotros para aquel que ha partido.
En este trabajo de elaboración del duelo, cuya duración dependerá más que de la cronología, de la lógica psíquica de cada quien, será indispensable que el sujeto pueda restablecer a nivel simbólico el desastre real ante el que sucumbe. Esto implica que para volver a re-investir nuevamente otros objetos con los brillos del que ya no está más, el sujeto tiene que disponer a partir de ahora de una nueva recomposición simbólica de su vieja relación con la falta. Decidirse a ir al diván puede acortar este camino.
Hablamos de duelo como dolor ante la pérdida, y también hablamos de un desafío a recomponernos por medio del significante. Dolerá bastante, pero nos expone a nuevas posiciones con relación al objeto primordial perdido para siempre…
Y un día nos levantamos y reconocemos: El duelo ha terminado.