sábado, 16 de mayo de 2009

El agalma


Ser el amante, o bien, ser el amado. Viejo dilema en estos trajines de la humanidad. Algunas veces yo he sido amada intensamente y otras veces yo también he amado con fuerte pasión, pero, como a casi todos les ha pasado, no siempre ha habido correspondencia –o coincidencias- entre esas dos posiciones. Dos en el amor serían: el sujeto que ama (erastés) y el otro como objeto de amor (eromenós), según los términos que toma Lacan de la poesía épica griega para explicar la metáfora del amor en su Seminario sobre la transferencia.
El Banquete de Platón sirve de fondo y es delicioso leerlo. Siguiendo el seminario, ya nos adentramos en este simposio cuando nos sorprende la llegada intempestiva de Alcibíades ebrio, uno de los jóvenes más bellos y elegantes de Atenas. Él marca un giro en los discursos hasta ahora pronunciados en torno al amor, y lanza públicamente su declaración de amor a Sócrates, el sabio filósofo también presente entre los convidados. Con tal confesión, Alcibíades quiere alabarlo y desenmascararlo a la vez, pues dice (y esta es la frase clave, me parece) “Ninguno de uds. le conoce”.
Al gran filósofo, de quien Alcibíades hace el elogio, no le acompañaba mucho la belleza física (uno de los valores más ponderados entre los antiguos griegos) y el joven lo compara entonces, en su efusiva intervención, con un sileno en cuyo interior estaría el preciado agalma. El agalma es un concepto que rueda con distintas significaciones, pero señala, sustancialmente, a ese objeto maravilloso muy adentro escondido, eso que deslumbra, el objeto precioso y enigmático que puede atraer la atención de los dioses. Es decir, Sócrates encantaría porque detenta el agalma, según Alcibíades. Así, en su elogio, el joven quiere ubicar al sabio en la posición de eromenós (el deseable o amable) el que tiene en sí el objeto que provoca el deseo. Y aquí Sócrates, finalizando esta intervención, se rehúsa a ese pasaje del que desea, el amante, a constituirse como el amado (eromenós) ¿Cómo lo hace? Sócrates le desvía, declina ese ofrecimiento porque sabe que él no tiene el agalma que Alcibíades le supone, y porque en su esencia, lo que hay es el vacío, hay una falta que le hace estar todo el tiempo en la posición de quien desea, es un deseante puro. Para quien se hizo famoso sólo sabiendo que no sabía nada, consideraba que no había nada en él que fuera realmente amable. En este rechazo de Sócrates, ya puede entreverse la posición del psicoanalista en la cura.
Además, la réplica socrática consiste en indicarle también al joven que aquel a quien con certeza él se dirige con tal discurso, es a Agatón, el poeta homenajeado en este simposio. Y esta intervención aquí tiene todo el valor de una interpretación en psicoanálisis, al mostrarle además dónde se encuentra el verdadero objeto de su deseo.
La metáfora del amor, según la desarrolla Lacan, consiste en que se dé la sustitución de la posiciones del amado en el amante (del eromenós al erastés), aquel que es objeto amoroso devenga sujeto que ama. ¿No tiene esto que ver con la magia, con el precioso milagro del amor?
Debido a la transferencia, en un análisis, el paciente coloca de nuestro lado el objeto- agalma, quedando así el analista supuestamente en el lugar del eromenós, el que porta ese agalma que el sujeto viene buscando. El paciente piensa que ese saber sobre sí mismo, que no logra aprehender, lo tiene el analista. Esta suposición de saber imputada al analista, como quien contuviera un agalma que hace brillar el enigma del deseo, previene y nos fuerza a hacer tal como hizo Sócrates, no aceptar ocupar ese lugar tramposo del amado, e intentar dejarlo vacío, vacante, para que pueda así emerger el deseo del paciente (su propia falta).
El deseo del analista es una noción posterior en la enseñanza de Lacan que esclarece esta situación de la transferencia en la cura, y consiste, además, en dejar deshabitado el lugar del deseo propio del analista, para relanzar el deseo inconsciente del sujeto en el análisis.
No habría que olvidar que ha sido la intensidad del deseo ilimitado de saber que animaba a Sócrates, la fuente de la pasión que embargaba al hermoso Alcibíades. Es un deseo que ha hecho surgir (de lo feo) el agalma.


* Sócrates con sus discípulos, en la Escuela de Atenas (Detalle), Rafael

7 comentarios:

Güicho dijo...

Ah, esos sodomitas tan griegos! Bella proyección hebrea de la situación, alisando lo corporeo hasta el plano intelectual.
Saludos

Verónica dijo...

Pues sí, se le ha sacado lasca teórica a esos pocos y raros arrebatos de los bellos ante el rechazo de los feos. Me has recordado la práctica de la circuncisión entre los judíos...
Encantada con tu visita,
Verónica

Anónimo dijo...

hola muy interesante tu articulo, pero me surge una pregunta. sera que la magia del amor se debe solo a la transferencia? si no es x el, sino por el agalama, que se causa amor, entonces de quien nos enamoramos? que engañoso es lo imaginario!! Saludos de argentina, China

Mónica dijo...

Tú no existes, verónica, y los otros tampoco, así que no os concedo crédito alguno como opinadores. Yo sí, existo. Tengo alma, teno algama.

Mónica dijo...

teno ...gugugug

Virginia Slims dijo...

Me gusto mucho tu artículo!

Virginia Slims dijo...

Me gusto mucho tu artículo!