viernes, 1 de mayo de 2009

El velo


Entra y me muestra sonriente su mascarilla: La he diseñado y mire qué hermosa, dice sentándose. No la utiliza en sesión, ni tampoco yo que, irreverente, no llevo ninguna todavía. Miro el decorado con flores de ese pedazo de tela, de ese “cubreboca” (cuán pertinente el término) y me quedo pensando en la difícil relación que se da entre el velo y la posición femenina.
En la función del velo para una mujer.
Una manera de abordar el complejo asunto de hoy quiénes mujeres quiénes hombres, es la propuesta del psicoanálisis lacaniano al respecto: todo es cuestión de cómo se posiciona cada sujeto de un lado u otro según el falo, tenerlo (lado masculino), serlo (lado femenino) y esto no está determinado por el cuerpo biológico con el que nacimos, sino por una “asunción” subjetiva del sexo. Y lo esencial se dirime en el lenguaje (¡Hay tantas mujeres con cuerpos de hombre y tantos hombres con cuerpos de mujer!)
La mujer, como una de las “posiciones femeninas del ser” tiene una relación fundamental con la nada, con el no tener, partiendo del supuesto freudiano de que sobre ella no se cierne la amenaza de la castración como sobre el varón. Ellas, por eso mismo, tienen muchísimas mejores relaciones con la falta y con lo real, con esa nada, pudiendo denunciar con más potestad la falacia de los semblantes que se han puesto ahí para colmar ese vacío. (Esto se toma también como argumento para explicar por qué a las mujeres nos resulta más cómodo que a muchos hombres poder ocupar la posición de psicoanalistas…)
Sin embargo, a la vez que es fácil reconocer en las mujeres ese interés continuo en atravesar y romper los semblantes establecidos y tan apreciados por los hombres, tienen ellas de todos modos el arte de saber adoptarlos, de revestirse con las máscaras, de confeccionar los velos y envolverse en ellos. Los postizos le aseguran que su propia falta quede velada tras ellos, y que la belleza y completud así conseguida, ornarán el falo que toda ella quiere aparentar ser para el hombre.
La mujer con sus semblantes juega al engaño de la seducción, presume de ser aquello que podría faltarle a los hombres y de esta manera, brilla como más deseable ante ellos… ¿acaso los velos no han sido siempre también una invitación, una incitación a descubrirlos?
Ya se sabe que cuando se está en presencia de un velo, puede aseverarse la promesa de que algo puede haber detrás.
La joven paciente, más allá de procurar su diferencia (estructural) embelleciendo ese pequeño velo protector en medio de obligatoriedades… una vez que se lo ha mostrado a la analista, lo estruja en sus manos y se dispone apasionadamente a hablar de su marido.

*Visita al cirujano, Remedios Varo.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Et je brodais des lys sur une banderole
Destinée à flotter au bout de son bâton
Salomé, de Apollinaire

Porque tu escrito me ha traído a la mente la Salomé bíblica y su danza de los siete velos. Danza del de(s)velamiento gradual, estudiado y sensual para seducir a … su padre (putativo pero…) y obtener de él así lo que desea…una cabeza rígida en bandeja de plata. En realidad es su madre quien la aconseja, quien controla. Salomé es sólo el instrumento del deseo de su madre, un objeto a través del cual (o gracias al que) el deseo del padre es exacerbado, su voluntad rendida ("pídeme lo que quieras"). Una brecha peligrosa se ha abierto: una vez el último velo levantado, él lo ve.
Fin de la divagación de passage

Gracias por acercarnos, nosotros los profanos, a ese mundo complejo y apasionante. Y por tu amabilidad para con las divagaciones. Y muy buen día.
ELB

Verónica dijo...

Hola, cher passeur Beno! Me alegra mucho tu asociación con Salomé y la danza de los siete velos, sólo así me percaté de algo (como si un velo me lo hubiera impedido) y es la relación entre este tema de la feminidad y el la verdad, que (de verdad, de verdad, todavía me sigue inquietando). La verdad como re-velación de algo que (tal vez) no era nada, era vacío, pero el velo mismo servía de señuelo al deseo.
Muchísimas gracias, y todos mis saludos,
Verónica

Camisas dijo...

hola, acabo de descubrir tu blog y me ha gustado. te invito a leer un fragmento de mi nue libro "La Luz de la Oscuridad" http://camisaspadrino.blogspot.com/2009/05/la-oscuridad-de-juan-yerba-verde.html

saludos!!!

Michell Pérez Acosta dijo...

Verónica,
la sensual incertidumbre q generan esos velos femeninos provoca un placer real derivado quizá d una exitante curiosidad masculina, no obstante...prefiero tener la totalidad del conjunto (facial y corporal) al alcance d mi retina..tú sabes..x el aquello d evitar las sorpresas desagradables..
Saludos desde mi rincón del Mundo..

Verónica dijo...

Gracias, Camisas, o Lluis Llorba como pude ver en tu blog. Iré a leerte con detenimiento. Saludos!


Hola, Michell, sí, es adorable lo que describes como característica masculina, el temor y el deseo ante lo que está "velado", pero parece que, en la realidad más concreta, les resulta mejor ahorrarse las sorpresas. ¡Precavidos uds!
Saludos, y paso enseguida por tu rincón del mundo,
Verónica