miércoles, 8 de julio de 2009

En La Habana


Una tarde, mientras conversaba con otro psicoanalista sobre el “increíble” resurgimiento del psicoanálisis en Cuba (socialista), a partir de la existencia de un grupo de jóvenes en La Habana ávidos por leer a Lacan y formarse como analistas, coincidíamos (¿marxistamente?) ambos en que para este renacer tendrían que haber convergido circunstancias sociales (¡y personales!) muy específicas.
La historia más oficial y formalizada acerca del psicoanálisis en Cuba, en general, y de este grupo lacaniano en particular, cuenta con versiones muy interesantes, algunas más inclusivas que otras, algunas mejor fortalecidas por haber sido escritas por sus propios participantes, cultiva en su conjunto un buen compendio de acontecimientos, de obstáculos, de éxitos, y de personas, que decidieron llevar lo más lejos posible el camino abierto por Freud, allí en suelo tropical.
A finales de los ochenta, pero específicamente en los años noventa, por alguna de esas incipientes grietas que el saber monolítico (no hablo sólo del académico, en este caso) empezaba a mostrar, surgió el Grupo de Estudios Psicoanalíticos de La Habana. Allí se leía a Lacan, se le trataba de entender, de mezclar con otros saberes, de insertarlo en la práctica clínica, de formalizarlo en ponencias y coloquios, de utilizarlo para explicar vivencias o acontecimientos más sociales que rondaban, por esa época, en el país, en fin, de trabajar lo más profundo posible a Freud y a una enseñanza como la lacaniana, tan incisiva, fascinante y difícil como se presentaba al abrir sus textos.
El discurso del analista, teorizado por Lacan como el reverso mismo del discurso del amo, renacía subversivo en esa Habana tan inolvidablemente característica a nivel social en ese período de su historia (en la década de los cincuenta ya había existido una destacada labor de varios analistas cubanos). El grupo se componía fundamentalmente de jóvenes, casi la mayoría aún estudiantes, unos más entusiasmados por la epistemología y lo filosófico, otros inclinados más hacia la clínica, mordidos todos por el deseo de saber, de ser analistas, de difundir el psicoanálisis en la ciudad, ánimos que aún hoy en día de alguna manera se mantienen.
Este discurso (o tipo de lazo social) llamado del analista es solidario del descreimiento en las tendencias totalizadoras o, como se explica en la clínica, es el que denuncia la ilusión de que haya respuesta (uniforme) para todo malestar, y una misma solución para todos los sujetos. Es el que no confía en un gran Otro pleno y no castrado, sino que intenta rescatar la particularidad de cada quien y su propia responsabilidad con su síntoma. No cree, y por eso subvierte, por ejemplo, el afán de las corrientes psicoterapéuticas que reposan en el sentido, que refuerzan las identificaciones del individuo para que siga el sendero de la mayoría en la sociedad.
Y allí existió, junto a una biblioteca abierta y bastante completa, una Consulta de psicoanálisis… y ciertamente, algunos analistas.

*La entrada a la Consulta de Psicoterapia Psicoanalítica, La Habana.