domingo, 29 de junio de 2008

El Poeta, la histeria y el No (II)


Todo aquel relato del Poeta pudiera quedarse muy bien ahí, de no ser por mi deformada propensión al análisis de estos menesteres que, en sí mismos, justo sea decirlo, claman más a la poesía que a la explicación. Y también, estorba aquí más el análisis por el simple hecho de que los malentendidos, si son originales e inaugurales en una relación, atraen con más fuerza al estallido de múltiples interpretaciones vanas. Porque nada los explica. Con nada se contentan.
Pero, no me puedo rehusar… Con un poeta no se juega a otra cosa que a las palabras, y en ese terreno es muy difícil plantarles frente. Mi estrategia se derretía pues, desde un principio, con emoción y con mi placer, ante este hombre.
Él, amo de las palabras, desde el encuentro mismo me develó el propio límite de ellas: el acto, hacer una apuesta y callarme de una vez.
En cambio, en un mismo pase de torero, yo le dejaría entrever para siempre que el deseo, más vivo se mantiene si se queda en el horizonte simbólico de las palabras, que en el frágil asiento de los labios.
Es muy divertida la pose femenina de lanzar los fuegos, brillar hasta encandilar al otro y luego asustarse y querer correr. Seducir sin compasión ni tino debería estarles prohibido a algunas mujeres, particularmente a aquellas que después no quieren hacerse responsables del acierto de sus propios dardos… ¿O será que el fin último es precisamente esquivar la lógica consecuencia de sus actos, y que así el hombre caiga, desorientado, al vacío? Existe, no obstante, una clase de hombres advertidos que soslayan con destreza y experiencia esta batalla. Esos, son adorables. Esos, nos hacen caer.
En psicoanálisis la histeria es por excelencia quien puede describirnos mejor esta estrategia de la seducción, este sí pero no, éstas verónicas, el ademán, los adelantos y retrocesos (con el mismo ímpetu, con la misma fatalidad). La histérica denuncia, ante todo, que cualquiera sea el cauce escogido, las aguas no conducirán a los fines lógicos esperados. (¡Ah, la angustia de tantos y tantos buenos hombres!)
La histérica está ahí para fijarse ella como joya, encarnarla, para ser Una ante otros. Ella dice siempre No, y siempre hace saltar su deseo hacia otra cosa, porque nunca puede satisfacerse como tal, el deseo. Eso es ejemplarizante: el deseo es siempre insatisfecho. Dice la histérica. Y dice también, el Inconsciente.

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