viernes, 19 de diciembre de 2008

Umbrales de un análisis. De la queja al síntoma.


La primera vez que entré a la consulta de un analista estaba muy asustada. Iba a mi cita y no tenía aún bien definido un malestar en la vida, a pesar de estar viviendo en La Habana de finales de los noventa, de sufrir, como cualquiera, decepciones amorosas, y de encontrarme en la encrucijada típica de la edad de qué rumbo imponerle a mi vida. Pero quería ser analista.
Recuerdo la figura de este analista, muy alto, que miraba descortésmente por la ventana mientras yo avanzaba temblorosa. ¿De dónde provenía mi miedo? ¿Qué me hacía balbucear allí esa queja tan mal atada, tan imprecisa? Yo intuía que me adentraba, a partir de aquélla mañana, en una aventura riesgosa, que me dirigiría sin remedio ya, una vez allí sentada, por el camino de no querer seguir ignorando más las causas en mi existencia.
En el transcurso de las entrevistas preliminares, partiendo de la demanda que se le dirige a un analista, se despliega entonces la reformulación de la queja del paciente. Esto es, mediante la maniobra de la rectificación subjetiva, se trata de implicar al sujeto en aquello de lo que se queja. Es la famosa frase freudiana de: “¿Qué tiene que ver Ud. en todo esto de lo que se queja?”
Aquí se apunta al hecho de que su deseo más íntimo está entrelazado en su padecimiento actual, o dicho de otra manera: que este padecimiento del que ahora se queja adjudicándoselo al más injusto azar, ha sido propiciado también por el sucesivo y acertado ritmo de sus propias elecciones en la vida.
Un análisis se inicia, pues, introduciendo a nuestro paciente en los vericuetos del inconsciente, mostrándole la vía del malentendido, del recuerdo de los sueños, aquélla en la que los lapsus no son cualquier tropiezo del habla, y que, en definitiva, está marcada por la creencia en que su síntoma tiene un sentido a descifrar.
En estas primeras sesiones, como consecuencia de la escucha, aparece sorpresivamente un alivio de los síntomas que traía el paciente. De pronto, nos comunica que ya puede dormir mejor, que la angustia ha cedido un poco, que ha recobrado una inusitada confianza en la vida. Es una primera distensión del sufrimiento, un efecto terapéutico común dado por la escucha, y no es nada deleznable, pero que el analista invita a traspasarlo.
No todos los pacientes querrán (ni deberían) avanzar más allá de este primer orden de cosas en el que el síntoma mismo, por el que se venía a ver a un analista, ha perdido gran parte de su carga dolorosa. Es una decisión ética del sujeto si quiere continuar para atisbar el origen o causa. Ese recorrido hasta su fin consiste en que él admite hacer un análisis para modificar la propia y oxidada relación que mantiene desde siempre con su síntoma…
Parece ser que la puerta de entrada de un análisis y la puerta de salida o final de análisis, se pueden abrir con la misma llave. De ahí pudiera derivarse que después se quiera conducir a otros por el laberinto que une a ambas puertas.

*Diván

2 comentarios:

lapiz y nube dijo...

que interesante la diferencia entre la queja y el sintoma. Pareceria que esta ultima es una construccion, a partir de algo difuso o caotico, que van realizando el paciente y el analista. No seria el sintoma, por tanto, una ficcion entre ambos? Una ficcion que podria conducir a alguna relacion mas o menos saludable con uno mismo, pero una ficcion al fin y al cabo.

Verónica dijo...

Bueno, separando un poco las cosas, por una parte: sí, el síntoma "se construye" en tanto se le van sacudiendo todas las envolturas o cáscaras, hasta ir llegando a su núcleo más verdadero, a su hueso. Y este es el trabajo que se hace en análisis, a cincel se va llegando. Pero por otro lado, el síntoma no es ficción, es quizás lo más real que acompaña al sujeto. Y es una realidad que no es tan ideal, sino que es de por sí a veces dolorosa. Lo que se espera entonces del análisis es que el sujeto empiece a tener una relación más ligera y sin sufrimiento con su síntoma, que éste se quede ahí, al lado, como una figurita maleable que se conoce y que ya no se teme más.
Saludos,
Verónica