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martes, 8 de julio de 2008

La vida es sueño… y un poco de Edipo (I)


qué delito cometí
contra vosotros naciendo
aunque, si nací, ya entiendo
qué delito he cometido,
bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor,
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido

Son versos de La vida es sueño (1635), de Calderón de la Barca, su más conocido “auto sacramental”, de fuerte carácter filosófico. Es una obra que me sigue emocionando mucho, al leerla, al verla en escena…
Quiero concentrarme solamente en estos primeros parlamentos de Segismundo, su personaje principal. Nos enteramos que está encerrado en una torre, que sufre, que ha crecido alejado del calor humano, de toda explicación de sus verdaderos orígenes (es, sin saberlo, el heredero del trono, hijo del rey Basilio) y que ha sido privado de su libertad desde que nació.
El rey Basilio es un hombre que ha escuchado a su mujer, pues ésta “entre ideas y delirios” tuvo visiones de que engendraría a un monstruo que le daría muerte a ella al nacer de sus entrañas. La madre muere efectivamente al nacer Segismundo. Luego el rey consulta a los astros para dar su interpretación final y cruel: su hijo debería ser condenado al encierro, creyendo así evitar todos los males anunciados para su pueblo, si llegara a reinar “el monarca más impío, por quien su reino vendría a ser parcial y diviso”. Decide ser el tirano de su propio hijo, entonces, confiando en que éste vencerá con su libre albedrío a la fatalidad de tal predestinación.
¿No está ilustrada aquí también una historia edípica? En el centro de nuestras neurosis resuenan siempre los mismos acordes del Edipo, es decir, de su cristalización particular que tuvo en cada uno de nosotros. El mito del Edipo fue el cuentecito escogido por Freud para darle cuerpo a lo que estructuralmente sucedía en la combinación de la tríada fundamental: Padre- Madre-Niño, ya como una interpretación que se superpone a la castración.
Vistos en paralelo, Edipo y Segismundo, naciendo, parten desgraciadamente de una parecida interpretación oracular, un destino del que les será imposible escapar, y que conlleva la aniquilación (y posterior suplantación) del padre.
Un padre legisla y condena, a partir de una oscura interpretación de la palabra de una mujer y de la distribución de las estrellas. Un hijo carga con una culpa, con un delito (mayor, el haber nacido) y debe vencer un círculo de fatalidad, debe buscar su propia salida.
En La vida es sueño, toda la supuesta victoria del hombre (Segismundo) frente a su destino se juega en la ensoñación, en una irrealidad permisiva. Sólo creyendo en la escena onírica, en que “la vida es sueño”, le es permitido al hombre desafiar sus cadenas, aún cuando (¿la han leído hasta el final?)… Segismundo si bien vence sobre la profecía, a la misma vez la termina por cumplir, pues “las plantas de sus pies toman de alfombra las canas del rostro del Rey Basilio”, y el trono... La fatalidad: un padre sabe bien por qué debe condenar a su hijo.

Mucho tiempo después apareció otro Segismundo… ¿Freud?