
En ocasiones nos encontramos ante alguien para quien su realidad puede estar gravemente alterada, alguien para quien, digamos, ciertas cosas de la realidad le pueden haber empezado a hacer signo.
Un carro negro que pasa fugazmente ante su vista puede convertirse de repente en una señal de algo que le concierne a él particularmente, o quizás esta persona piense que sólo a él le es concedido el don de saber su significado divino.
Todo la inmediatez de tener que interpretar signos por doquier es vivido por el sujeto psicótico como un incómodo tormento, como un sufrimiento, como una incomprensión, en muchos casos. Es el delirio, que viene ahí, salvador, para poder explicarse toda esta invasión en su vida.
La percepción alucinatoria, es decir, allí donde algo que no existe en la realidad es percibido por el sujeto, se padece a mismo título de objeto real, como para sus allegados pueda serlo el semáforo que siempre ha estado en la esquina.
Aunque parezca un ejemplo desmesurado de un cuadro de psicosis, sabemos que, precisamente, la mesura es algo que queda con frecuencia por fuera de todo el padecimiento de estos pacientes.
A diferencia de Freud, que descubría e inventaba el psicoanálisis a partir de su encuentro crucial con la neurosis histérica, J. Lacan, partiendo de su condición de psiquiatra se cuestiona, en un inicio, qué posibilidad tiene el psicoanálisis con respecto al tratamiento de la psicosis.
A Lacan se deben indicaciones precisas de un posible abordaje de estos pacientes, con la cautela requerida, sabiendo bien el rol esencial que ante ellos debe jugarse para no provocar nuevos desencadenamientos. Y, dado el caso que se trate de las llamadas psicosis ordinarias, es decir, aquéllas que aún no se han desbordado en delirios altisonantes, habría que evitar incitársele, sin precaución ni tino, hacia este precipicio.
Es por ello que una de las exigencias mayores en la clínica psicoanalítica es la precisión diagnóstica, durante el período inicial de las entrevistas con el paciente, de los síntomas que presenta, y tomar los detalles clínicos ínfimos que puedan revelar que se está en presencia de una neurosis, o por el contrario, ante los denominados fenómenos elementales que dan cuenta de la estructura psicótica, aún cuando no siempre esto se presente de un modo tan evidente.
Cada sujeto ha resuelto, con los medios a su alcance, una determinada constitución subjetiva. Aquellos que pudieron intercambiar gran parte de su goce propio en las vías del lenguaje y de la significación fálica, más compartida por todos, podemos creernos importantes, mejores, únicos. Desconocemos quizás que la solución que encontró el psicótico es la más particular de todas, su delirio, como explicación de su mundo y de su ser, es único.
Pero no debemos soslayar lo ineludible de tener que auxiliarles, de que su presencia en un mundo organizado por lo fálico y la neurosis en general, a veces puede ser devastador para ellos, y quienes le rodean, claro está.
Regresaré sobre este tema de la psicosis, apasionante y delicado a la vez.
Es muy gracioso cómo ha saltado el término Psicosis al habla popular, y se escuchan cosas tremendas como confundirla con algún síntoma obsesivo, por ejemplo: Tal persona tiene psicosis con la música clásica. Quien sabe si esta adjudicación se deba a esa zona imprecisa de obcecamiento en la que un obsesivo se prende con ferocidad a un tema particular, que nos hace recordar y confundirle con lo delirante.
Quien sabe, finalmente, si se deba a la indulgencia propia de los no entendidos, de los que no diagnostican a diestra y siniestra, y reciben al loco, al empeñado en algo, al miserable paranoico, a la que se afana en seducir todo el tiempo, al que duda siempre, todos casi casi como lo mismo.
*Desbordamientos. Foto de mi hermana L.