miércoles, 22 de octubre de 2008
Condiciones de amor (V)
Un post freudiano sobre el amor. (Con el mismo estatuto que tiene para los niños la repetición en sus juegos de todo lo que no entienden acerca de su realidad.)
La elección de una persona como objeto de nuestro amor es enigmática: ¿por qué tomo a este y no a otro como objeto de mi pasión amorosa? Y también, ¿qué resortes animan el encuentro repentino de alguien con el amor?
Algo tiene este otro, y no sabemos muy bien en qué consiste ese brillo de objeto valioso que creemos verle. O mejor aún, qué verdad oculta podría revelarnos esa persona acerca de nosotros mismos, que por eso le amamos. El otro mismo, a veces, sorprendido, puede no saber en lo absoluto qué tiene él que despierta tal amor.
En un principio, sería la madre el primer objeto de nuestro amor, y a partir de este modelo se constituiría un modo propio de relación con los siguientes objetos amorosos (sustitutos de este objeto primordial), en los que subsistan rasgos, actitudes, reminiscencias de las singulares vivencias de la infancia de cada quien.
Otra apoyatura que tiene la elección por esta persona y no otra, es tomarnos a nosotros mismos como molde. Es el narcisismo: amo a alguien que se parece a mí. Amo en él lo que veo de mi mismo allí.
Para Freud, en tales puntos edípicos de escoger a quien se ama, se dividen las aguas según se trate del varón o de la mujer, en sus casos más generalizados.
Para muchos hombres, no pudiendo resolver su satisfacción sexual con un subrogado de la madre, (este horror al incesto que le inhibe al punto de la impotencia), está la estrategia de separar en dos su vida amorosa: amar extraordinariamente a una mujer (la santa madre de mis hijos) y desear a otra (la mujer fácil y de dudosa reputación). Y así escindido, podrá acceder al disfrute de su sexualidad.
Incluso, la degradación del objeto sexual (un poco de menos respeto por la mujer que se ama) es el recurso socorrido, en estos casos, para obtener el placer.
En la mujer, en cambio, habría un enlace entre su sexualidad y la prohibición, de manera tal que para lograr la mayor satisfacción debía darse un mínimo de prohibición, de secreto, de interdicto, de algo travieso, en la relación con un hombre determinado. (Las relaciones ilícitas son las que más le permiten preservar el deseo) De ahí que el logro, por ejemplo, de la satisfacción con un amante sea muy superior… decía Freud…
No existiendo una única condición de amor que sea útil para todos los seres humanos, se habla entonces de “condiciones de amor”. Estas condiciones estarían en la causa misma del deseo que hace detonar el alud amoroso hacia el amado. Se trata de particularidades que encontramos en él, un rasgo nimio aquí, un ánimo de camaradería allá, un pequeño fetiche, un color de pelo, un semblante maternal, unos ojos deslumbradores… Es, en esencia, una fórmula de la relación del sujeto con su propio goce, pero ya esto será otro post.
Son las marcas por las que el sujeto ha articulado su deseo, los cauces arcaicos que nos funcionan solamente para cada uno. Pequeña condición, indispensable… es ese atributo mágico, el no sé qué que me hace amarle…
Etiquetas:
Condiciones de amor,
Freud
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2 comentarios:
Ciao Veronica,
Post impegnatissimo!
forse la ultima affermazione del tuo post, forse sta´ proprio li la risposta in tutto!!!!
Tanti saluti,
Salva :)
Hola, Salva, muchas gracias.
Seguire buscando mas respuestas para este tema, y al final, tal vez, tendre una mejor idea.
Saluti,
Verónica
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