miércoles, 19 de noviembre de 2008

Causalidades


A mí quien me enseñó acerca del significante fue Pablo, un niño que en la escuela primaria se sentaba al lado mío. Competíamos mucho, al grado común de las rivalidades entre niño y niña de diez años. Una tarde me dijo: A ver, repite sofá muchas veces, y oirás otra cosa. Así descubrí el sonido solitario del significante puro, vaciado por completo de toda significación, de todo hilo que me recondujera de vuelta a lo que fuera mueble para sentarse. Se podía, efectivamente, escuchar la resonancia única, el eco sinsentido del lenguaje en ese vocablo absurdo repetido. Era una experiencia riquísima, y me desdoblaba preparándome para entender, muchos años después, la teoría lacaniana del significante.
También quedó inmortalizado este niño en mi vida porque días después me escogió como su novia, según una lista secreta que los varones habían establecido por ellos mismos, distribuyéndose a todas las féminas del salón. Yo no sabía qué hacer, porque para mi total desasosiego frente a él, a partir de entonces yo era “algo suyo”. Toda esa tarde, mi noche en vela y la siguiente mañana inquieta hasta mi solución en el receso, duró el noviazgo. Otra vez me veía ante una experiencia novedosa, sin saber bien qué implicaba ser la novia de alguien, pero ya reaccionaba rebelándome contra cierta imposición.
La causalidad del mal de las psiconeurosis de las que empezó a ocuparse vivamente el doctor Freud a finales del S. XIX, quedó circunscrita a la sexualidad. Allí, en ese oscuro reino de lo sexual, debía encontrarse la causa de todo el malestar presente del paciente. Se trata de una causa sexual y antigua, es decir, que pertenece al pasado infantil. Y lo complejo de esta causa, atravesada por la represión, es que tiene una deliciosa contrariedad: lo reprimido (e inconsciente) es algo que no existió nunca, que estaba indeclinablemente perdido (el primer objeto, según Freud; el significante de la relación sexual que no existe, según Lacan). Digamos que lo destacado aquí es el trauma inicial de esta discordancia o incompletud en el sujeto, común para los seres hablantes en general.
Este trauma inicial sólo podrá tener su efecto como traumático en la historia del individuo cuando, años después, otro evento asociado venga a darle una resignificación retroactiva (après-coup) a esta representación traumática inasimilable (sexual, dice nuevamente Freud; del lenguaje, generaliza otra vez Lacan). Sólo se convierte en trauma a partir de un segundo acontecimiento, en el tiempo lineal, que incide sobre aquel supuestamente primero.
De este agujero original (trauma) tenemos el monumento que el sujeto le rinde repetitivamente en su síntoma: aquello reprimido retorna en el síntoma actual, sigue conviviendo en el presente a través de las manifestaciones sintomáticas de la estructura neurótica. Es decir, se seguirá hablando y actuando ese sentido que se reprimió, en las distintas formaciones del inconsciente: una aparición inoportuna aquí de un lapsus, un placer de risas allí en un chiste, un sueño conmovedor, y en el síntoma fundamentalmente.
La perspectiva freudiana primera deseaba deshacer el síntoma actual cuando se le revelaba al paciente la causa (sexual) traumática de su padecer, que estaba reprimida. Se debía llegar a ese “saber reprimido” del que el sujeto dice no saber nada, a través de las interpretaciones sobre la historia rememorada del paciente.
Las historias tontas, reveladoras, angustiantes, infantiles, vergonzosas, ridículas, dolorosas, que el paciente cuenta en sesión, gravitan sobre el eje causal y traumático. Al analista le corresponde apuntar hacia allí todo el tiempo.
¿Qué habrá movilizado en mi haber sido nombrada como “la novia” de un amigo a los diez años?




*Foto de mi hermana L.

2 comentarios:

Pedro J. Sabalete Gil dijo...

Ayer cuando vine no te agradecí la visita a mi blog. Siempre voy rápido, vivo de apurar momentos fugaces. Lo hago ahora, disculpa.

Sé poco de psicoanálisis y menos de Lacan. Apenas lo inscribo como continuador de Freud, si recuerdo que sus teorías se nutrieron de muchas de las corrientes filosóficas y literaria de la época. Poco más.

Lo que recuerdo muy bien eran esos juegos de palabras donde la repetición otorgaba un significado novedoso. También el reparto infantil que se hacía de las niñas de clase. Al menos, en mis tiempos, las opiniones de ellas contaban pero el reparto se hacía diría que con solidaridad machista.

Muchos saludos.

Verónica dijo...

Pues sí, Goathemala, un gusto tu comentario. Y Lacan tiene ese encanto de siempre ofrecer algo más a lo que se comprende, al menos, alude a que se puede atrapar otro sentido. Y bueno, eso tiene consecuencias, y si son prácticas, en la clínica, son más útiles aún.
Muchos saludos para ti también,
Verónica