martes, 29 de julio de 2008

Amor, transferencia y colectividad


El amor sirve también como argamasa dentro de una comunidad más o menos homogénea de personas con intereses afines.
En la multitud, yo puedo renunciar a hacer oír mi propia voz, para poder hablar al unísono, para compartir, entre todos, una misma voz, una misma actitud ante alguien o algo, un mismo ideal. (Un ejemplo común en nuestros días, es la sensación cuando estamos en un concierto y canta o toca un grupo conocido. El ejemplo es tibio, lo sé, hay otros mejores)
Si renuncio ocasionalmente a mi individualidad lo hago en pos de recibir el amor compartido entre muchos, de recibir la aquiescencia de cierto grupo o colectividad, para poder ser contada (dentro) como una más. Cedo, para obtener amor e identificación con algún grupo.
Pero a la vez, esta identificación colectiva, este “nosotros” creado y que nos une, se forma precisamente por su diferencia con aquéllos que quedan fuera del círculo, más sencillamente, “los otros”. Y hacia aquél círculo de “los otros” puede dirigirse entonces la agresividad, señaló Freud, que de lo contrario se volcaría hacia nosotros mismos. Y la lucha contra un enemigo común está ahí para reforzar más los lazos amorosos entre “nosotros”.
Entre ciertos grupos cercanos, esos que comparten mayor número de rasgos entre sí, es más feroz el estallido de la agresividad y la intolerancia. En eso consiste el concepto freudiano de “el narcisismo de las pequeñas diferencias.” (“…comunidades vecinas, y aún emparentadas, son precisamente las que más se combaten y desdeñan entre sí, como por ejemplo, españoles y portugueses, alemanes del Norte y del Sur, ingleses y escoceses, etc.”)
¿Y si añadiéramos, por ejemplo, a nuestras confraternales-cercanas-intolerantes-diferentes comunidades que formamos los cubanos entre nosotros mismos?
Quizás esta última anécdota ilumine un poco más el tema, si bien las cosas se dirimen a otro nivel: Uno de los consejos más graciosos y efectivos que he recibido en mi vida me lo dio mi propia hermana en la adolescencia, mientras yo atravesaba una de las clásicas discrepancias con un novio de la época. Me dijo tranquilamente: “Hablen mal de alguien…” ¡Mágico! Aquél exorcismo de nuestra guerra particular de amantes, hizo que encontráramos rápidamente a un pobre diablo en quien posar el mal. Y nosotros dos después, nos quisimos más. (Hasta que no pudimos de verdad soportarnos más juntos)


*Fotos de mi hermana L.

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