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La gente habla, parlotea, muchas veces haciendo uso de frases hechas, apresuradas y establecidas, en un intento de facilitar la comunicación. No nos detenemos mucho en la profundidad o la resonancia que tengan cada una de estas frases, utilizadas para la ocasión, en nuestra vida diaria.
Por lo general funcionan, se admiten y se comprenden. Salvo que… quien hable esté en análisis dirigiéndose a un analista. En ese caso puede ser triturada hasta la saciedad cuanta fórmula haya escogido el hablante para transmitir una idea. También porque de las múltiples maneras que el sujeto pudo haber elegido para hablar, escogió una determinada, desechando las otras.
Pero… es casi Navidad, y, aunque parezca extraña, esta es una manera alegre con la que quiero homenajear el encuentro con mi familia. Muchas de estas frases, que deben tener su nombre seriamente ridículo en gramática española, se las he escuchado a algunas tías en la familia, en conversaciones cotidianas o en veladas y fiestas cuando nos reunimos, y creo que podrían servir de ejemplo.
Tengo tías que hablan muchísimo y de esta graciosa manera, como tantos de nuestros coterráneos, sin jamás realmente atender a un sentido más oculto que pudiera deslizarse, juguetón, entre las palabras dichas. Vean algunas de las frases más graciosas que les he escuchado, sonriéndome, y que inexplicablemente incluyen una auto referencia constante a quien mismo habla:
El niño no me quiere comer.
Mira, yo no te como ni habichuelas, ni zanahorias.
No te me pongas bravito.
Quítamele los ojos de encima a ese pan, que es mío.
No te me hagas el loco.
(Y la más increíble de todas…) Al niño me le quiere entrar catarro.
Si alguna de mis tías cayera tumbada en un diván de un analista, estoy segura de que le costaría mucho tomarse por seria una terapia en la que el analista, en un momento dado, le preguntara lentamente mientras le escucha: ¿Me?
*Frédéric Bazille (1841-1870) Reunión de familia